Por
Carlos Leal
Hace un año por estas mismas fechas llegaba
a nuestras pantallas la primera entrega de la ambiciosa trilogía
que el director Peter Jackson ha rodado en torno a El señor
de los anillos. Ya entonces advertíamos que bajo
la apabullante campaña de márketing y el imparable
fenómeno de masas discurría una película
gozosa, un pequeño prodigio cinematográfico que
recupera a principios del siglo XXI el cine de aventuras con
sabor a clásico, la alegría sencilla de narrar.
Conserva
y prolonga Las dos torres algunos de los logros alcanzados
por su predecesora; sigue en ella la vigorosa dirección
de Peter Jackson, el inteligente uso de los efectos especiales,
el esmeradísimo diseño de producción, el
competente trabajo de todo el reparto (particularmente de los
veteranos Ian McKellen y Christopher Lee), y la sugerente partitura
de Howard Shore, esta vez sin la colaboración superflua
de la cantante Enya. Y llega más lejos que La comunidad
del anillo cada vez que Peter Jackson consigue liberarse
de la responsabilidad que supone llevar a la gran pantalla una
de las novelas más leídas y populares de los últimos
cincuenta años.
Y es que, a pesar de que se toma más libertades
en los detalles, esta segunda entrega de la trilogía
resulta más cercana en espíritu a la obra de Tolkien.
Al igual que la novela, Las dos torres es una película
oscura y épica, pero también dotada de pasajes
cargados de lirismo y en ocasiones tremendamente lúdica.
Y se agradece que por fin se abra paso en la narración
algo de humor, en especial a través de los personajes
del enano Gimli (John Rhys-Davies) y el elfo Legolas (Orlando
Bloom).
La película avanza con fluidez a través
de tres líneas paralelas, que nunca llegan a unirse:
las que llevan a Sam y Frodo hacia Mordor, guiados por la criatura
Gollum, a Merry y Pippin al bosque de Fangorn, donde conocerán
a los pastores de árboles, y a Aragorn, Legolas y Gimli
a las llanuras de Rohan, una región amenazada por el
poder de Saruman. De las tres es sin duda la primera la que
se revela más débil dentro de la estructura del
filme, marcada por el insulso conflicto que se establece a las
puertas de Mordor entre Frodo y Faramir, el hermano menor de
Boromir.
De hecho, casi todo el interés en esta
parte del filme se lo lleva la brillante creación que
los expertos en efectos especiales de Weta Digital han realizado
de la criatura Gollum, a partir de los movimientos reales del
actor Andy Serkis. Más allá de su apariencia creíble
y de su perfecta integración en la acción, Gollum
se revela como un auténtico robaplanos; su ambigüedad
moral le convierte en un personaje mucho más interesante
que sus compañeros de viaje, que en esta película
resultan algo unidimensionales.
En
todo caso, es evidente que en Las dos torres Peter Jackson
se ha decantado por el camino de la narración épica,
dando más importancia a las grandes guerras entre los
hombres y los orcos que a las pequeñas aventuras de los
hobbits. De este modo, el nudo de la película se centra
en las andanzas de Aragorn, Legolas y Gimli mientras ayudan
a las tropas de Rohan a prepararse para la lucha contra el ejército
de orcos de Saruman, una línea argumental que alcanza
su clímax en la batalla del abismo de Helm. En ella,
el director Peter Jackson da rienda suelta a su indudable talento
visual en una secuencia de más de treinta minutos, que
supone uno de los momentos más espectaculares y logrados
de toda la trilogía.
Tras la batalla, como ya sucediera en La
comunidad del anillo, llega un final abrupto, in media
res, que deja al espectador en suspenso hasta las próximas
Navidades, cuando se estrene El retorno del rey. Sólo
entonces comprobaremos si llega a buen término la apasionante
aventura que Peter Jackson emprendió hace ya dos años
al adaptar la obra más conocida de J.R.R. Tolkien. Si
no le tiembla el pulso en el último momento, su trilogía
de El señor de los anillos pasará a la
historia del cine fantástico con letras mayúsculas.
¿Alguien lo duda ya?
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