Por
Pablo Vázquez
Sucedió en Manhattan es, de entrada,
una estimable comedia romántica que demuestra que Wayne Wang
es un tipo que sabe salir airoso de cualquier fregado. Esta
vez no cuenta con unas señoras actrices como Natalie Portman
y Susan Sarandon- en su lugar tenemos a una pareja antipática
como pocas, Jennifer Lopez y Ralph Fiennes-, por lo que su mejor
baza es un limitado pero sólido grupo de secundarios. Stanley
Tucci y sobre todo Bob Hopkins miman unos papeles que les deberían
resbalar mientras que Natasha Richardson, siempre espléndida,
sorprende con una notable vis cómica y, por fortuna, le dejan
la cancha necesaria.
La
historia ya nos la sabemos, otra adaptación de la Cenicienta
con más ternura que humor, pero el guión de Kevin Wade- a partir
de una idea del siempre avispado John Hughes- cumple con dignidad
y precaución y la agilidad del montaje impide que nos aburramos.
Además, la fotografía azulada y la tenue música de Alan Silvestri
le proporcionan, por si fuera poco, una cierta personalidad
lacónica, que conecta de maravilla con la obra de Wang hasta
el momento.
No estamos, tristemente, ante el sabio realismo
mágico de las primeras películas de Garry Marshall (la reivindicable
Frankie and Johnny) ni ante las bondades de la irónica
y triste Notting Hill; más bien se trata de otro cuentecillo
de hadas de mentira, en la línea de encantadoras estupideces
como Seducción a la carta o Por siempre jamás.
Es decir, una bonita historia de amor que nos atrapa si estamos
dispuestos de primeras a tragarnos sus bolas de campeonato.
De todos modos, lo mejor de Sucedió en Manhattan
no es que sea bastante aceptable como comedia, sino que
es una auténtica obra maestra de la propaganda. Me explico;
esta historia de amor del candidato republicano limpio que se
enamora de la camarera con modales de duquesa, tiene un ambicioso
objetivo encubierto (bueno, no tan encubierto): conseguir el
voto latino para el partido de George W. Bush. No hay nada malo
en ello, puesto que si Primary Colors era la voz
de la democracia liberal, no hay inconveniente en que los republicanos
tengan también su película. Al fin y al cabo, EEUU sigue siendo
una democracia. Pero los conservadores han demostrado ser mucho
más inteligentes que sus colegas; han usado las armas y el envoltorio
de una inofensiva comedia romántica en una maniobra que despertaría
la admiración de Goebbels y que me obliga a quitarme el sombrero
de admiración. Un sublime panfleto que no sólo convence a los
ya convencidos (como la película de Nichols) sino que engaña
y utiliza a los indiferentes y a los no partidarios. El hecho
de hacerlo además, en un momento en el que país se encuentra
en una guerra ilegal y con todas las antipatías de la opinión
pública, ya alcanza los niveles de cinismo festivo.
¿Exagerado? Vayan a ver la película y lean mínimamente
entre líneas: camareras glamurosas, candidatos conservadores
honrados y llenos de preocupaciones sociales (!), pegatinas
enormes y visibles de la Fox News, arengas en defensa de las
divisiones sociales del capitalismo exaltado (!!) y hasta niños
latinos de diez años recitando discursos a favor de Richard
Nixon (!!!). Y todo dentro de una película tan bien condimentada
que consigue hacer tragar la piedra a la gente. ¡Qué digo tragar!
¡Metérsela doblada! No hay más que echar un vistazo al mar de
parejitas de cualquiera de las proyecciones riendo las gracias
y llorando por la felicidad recién encontrada de la guapa Jennifer.
Al día siguiente irán a otra manifestación antiguerra sin saber
que pagando la entrada de esta película han hecho más por el
gobierno de Bush que con todos sus pancartas y alaridos. El
que una película de estas características sea número uno en
taquilla en un país en el que más del noventa por ciento condena
las actuaciones del gobierno republicano yanqui, me da bastante
miedo (pues demuestra que nadie se entera de nada), pero no
dejo de encontrarlo endiabladamente divertido. ¿Cómo podemos
darle una explicación a esto? Sólo soy capaz de encontrar una
respuesta: la magia del cine, supongo.
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