Por Alejandro
del Pino
"Tras
la guerra no llega la paz, sino la victoria". Cito de memoria
una frase pronunciada por Agustín González en Las
bicicletas son para el verano que desenmascara el trágico
sentido final de cualquier conflicto bélico, incluida las
intervenciones militares en nombre de ideales contemporáneos.
Sin
duda, esa paz no llegó tras el triunfo franquista en la
Guerra Civil española, y unos pocos reductos de grupos
armados organizados en forma de guerrilla intentaron desesperadamente
que tampoco fuese definitiva la victoria. Hablamos de los maquis,
que sobrevivieron durante varios años escondidos en las
montañas gracias a la colaboración de algunos habitantes
de los pueblos vecinos, con la esperanza de que la victoria aliada
en la II Guerra Mundial les permitiría derrocar al régimen
de Franco. Censurados por la historia oficial y envueltos en un
halo de leyenda romántica por la mitología antifranquista,
poco o casi nada sabemos de ellos.
Silencio roto, la última
película del realizador navarro Montxo Armendáriz,
se enfrenta con valentía a esa figura histórica
desde una perspectiva poco usual – la visión de las mujeres
que apoyaban a los guerrilleros del monte - y huyendo de las interpretaciones
maníqueas. El director de Secretos del corazón
no renuncia a un claro posicionamiento ideológico pero
asume en todo momento que la realidad es compleja y que en cualquier
conflicto armado siempre hay víctimas y verdugos en ambos
bandos.
Pero más allá de
una interpretación ideológica la cinta de Armendáriz
es una conmovedora historia de amor y de supervivencia. En
la línea de otras películas españolas ambientadas
en los primeros años de la posguerra, Silencio Roto
desborda sensibilidad y lirismo, retratando con ternura a unos
personajes desolados que luchan como pueden para salir adelante
y sobrevivir con dignidad a las penurias de la época. Una
obra elegante, triste y sobria, de ritmo pausado y firme, que
agarra la atención del espectador con puntuales estallidos
de violencia dramática.
Como trasfondo, una recreación
histórica y un paisaje abrumador –el valle de Arce en Pamplona-
fotografiado con precisión por el argentino Guillermo Navarro.
En primer plano, la historia de amor imposible entre Lucía
(interpretada por Lucía Jiménez), una valiente joven
de 21 años que sirve de correo entre los refugiados en
el monte y sus familiares y compañeros en el pueblo, y
Manuel (Juan Diego Botto), herrero de profesión y guerrillero
a la fuerza que luchará hasta el final por cambiar la situación
de injusticia que padece. En medio, un mundo marcado por los enfrentamientos
familiares, el miedo, la venganza, el rencor, la traición
pero también la ternura, la comprensión, el compañerismo
y la dignidad.
La
credibilidad y fuerza de este obra no se sostendría sin
un buen trabajo de los actores. Los dos jóvenes protagonistas
cumplen con buenos modos su papel, haciendo naturales sus reacciones
y dotando a los personajes de profundidad emocional. También
es destacable la actuación de María Botto, quien
sale airosa en su difícil reto de encarnar a uno de los
personajes más dramáticos del film, que en su desesperación
pasa de ser cómplice a convertirse en delatora. Pero sobre
todos ellos sobresale la presencia de los dos actores veteranos
del reparto: Álvaro de Luna y Mercedes Sampietro (de quien
ya se rumorea que podría optar al Goya por este papel)
que encajan como anillo al dedo en los personajes que interpretan.
Aunque
el autor de Tasio no haya querido hacer un fresco histórico,
Silencio Roto arroja mucha luz sobre ese momento trágico
de nuestro pasado, e incluso cuida con mimo detalles como la recreación
escenográfica o el vestuario. De hecho el Museo Etnográfico
de Navarra cedió casi un centenar de piezas de sus fondos
durante el rodaje, y tanto el director como algunos de los actores
se han entrevistado con varios maquis supervivientes.
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