Por
Alejandro del Pino
La arrebatadora belleza y sencillez del estilo
narrativo de Juan Marsé le ha convertido en uno de los
escritores vivos más valorados (y queridos) del panorama
literario español. Fernando Trueba ha realizado la versión
cinematográfica de una de sus obras más emblemáticas,
El embrujo de Shanghai, en la que el autor de Últimas
tardes con Teresa ofrece un retrato tan tierno como descarnado
de la posguerra española a través de la mirada
ingenua y curiosa de un adolescente. Una novela apta para todos
los gustos y para todos los públicos que integra un hermoso
y ensoñador relato de aventuras en una historia naturalista,
fundiendo realidad y ficción, leyenda romántica
y vida cotidiana, aliento poético y crítica social.
El
director de Belle Epoque ha contado con el respaldo de
Juan Marsé - quien ha declarado que la película
de Trueba es hasta la fecha la mejor adaptación de una
novela suya - pero ha tenido que afrontar algunas circunstancias
que inevitablemente condicionan la valoración (a priori
y a posteriori) de la cinta. Por un lado, la actitud de desconfianza
que habitualmente adopta un lector (y la obra de Marsé
tiene muchos) ante la recreación cinematográfica
de una obra literaria que le ha fascinado. Una desconfianza
que le tienta a comparar ambas propuestas colocándolas
en una balanza despiadada. Por otro lado, las elucubraciones
en torno a como hubiese sido esta adaptación en manos
de Víctor Erice (que renunció a realizar la película
por desavenencias con el productor Andrés Vicente Gómez),
con la certeza de que el director de El espíritu de
la colmena hubiese tejido un film denso y esquivo, quizás
menos brillante pero mucho más intenso, complejo y poético.
Pero al margen de estériles comparaciones,
Fernando Trueba ha realizado una película hermosa y cálida,
trasladando con solvencia, oficio y mucha sensibilidad el universo
de imágenes que evocaba la novela de Marsé. El
cineasta madrileño ha llevado a cabo una respetuosa y
muy digna adaptación - bastante fiel a la historia original
- que logra la complicidad del espectador-lector sin perder
consistencia dramática como obra en sí misma.
Ha construido un relato fílmico inteligente y sólido
que utiliza registros visuales y textuales distintos para ambientar
los dos escenarios principales de la historia: la cruda realidad
de la Barcelona de posguerra (mostrada en color y con un tono
naturalista) y la recreación imaginaria del Shanghai
internacional de los años posteriores a la II Guerra
Mundial (en blanco y negro, y con una estética que remite
a las películas de Hollywood de la década de los
40).
Así, El embrujo de Shanghai es
un filme entretenido y ágil como una novela de aventuras,
pero también melancólico y evocador como un cuento
sobre los miedos y esperanzas de la infancia. Además,
Trueba sabe dosificar ternura y humor, evitando caer en los
excesos sensibleros (salvo en escenas puntuales) y dando verosimilitud
y consistencia dramática a los distintos personajes que
aparecen a lo largo de la película.
Quizás
el principal problema del undécimo filme del director
de La niña de tus ojos es que no ha captado la
esencia del intenso pulso emocional que articula la escritura
de Marsé, y ha rodado una película elegante y
hermosa pero sin hondura ni chispa. Falla Fernando Trueba en
las escenas de mayor intensidad dramática y calado emocional,
donde el oficio y las buenas intenciones no son herramientas
suficientes para atrapar el desgarro lírico de una historia
tan sencilla como envolvente. Quedan, por ello, forzados los
momentos claves de la narración, como la muerte del Capitán
Blay (encarnado por un Fernando Fernán Gómez que
se reinventa a sí mismo) o la desolación final
del joven protagonista (interpretado por Fernando Tielve).
Además del citado Fernando Fernán
Gómez, en el reparto brillan con luz propia Eduard Fernández
(en el papel de Forcart), quien otorga credibilidad y vigor
dramático a su personaje, y la joven Aida Foch (en el
papel de la desconcertante Susana) quien, aunque en algunas
escenas se muestra excesivamente forzada, consigue trasmitir
la complejidad y ambigüedad de su personaje y no desentona
en sus continuos (y muy difíciles para una actriz debutante)
cambios de estados de ánimos. Ariadna Gil cumple en su
doble papel de madre de Susana y de la enigmática y sensual
Chen de Shanghai, aunque quizás le falta el arrebato
y el magnetismo que dotan de tanta capacidad de seducción
a ambos personajes.
|