Por Manuel
Ortega
Nos encontramos con una muestra de lo que se da
en llamar cine comercial (todos lo son o aspiran a serlo) dirigida
a un público concreto, poco exigente, joven y sin ningún atisbo
de sentido crítico, ávidos de productos de consumo inmediato y
despreocupado. El cine español demuestra que está capacitado para
ofrecer este tipo de, llamémosle adecuandonos a su americanizado
cometido, fast food, sin ningún tipo de complejos......ni
de remordimientos.
Dicen
que el cine patrio va bien, que está en uno de sus mejores momentos.
Yo creo que el cine español va tan bien como el país. Directores
tronados, creadores que no crean, debutantes sin nada que aportar,
artista del estilo (del suyo propio,claro) pero no del cine, veteranos
sin ideas, películas dirigidas a nadie (Pata negra, El arbol
del penitente), reclamación de la no inteligencia como forma
de disfrute (Torrente 2), reclamaciones de la "inteligencia"
como autocomplacencia y aburrimiento (Coixet o Llorca) y podría
seguir, y sigo.
School Killer tiene un antecedente claro
y meridiano, la malhadada El arte de morir, con la que
comparte multitud de coincidencias argumentales y narrativas.
A saber: Un lugar abandonado donde ya sucedió algo, unos jovenes
atrevidos y excitados en exceso (drogas, alcohol, sexo, esas cosas
malas), una dudosa mezcla de lo real, lo soñado, lo pasado y lo
imaginado, la incertidumbre de no saber si se está vivo, un lenguaje
disipado y mal codimentado por tacos y expresiones populares a
destiempo, una incapacidad para narrar linealmente que nos lleva
a costantes flash-backs y disgresiones entorpecedoras.
El debutante Carlos Gil trata de ilustrar uno de
los peores guiones que he visto en mi vida, un guión caprichoso,
sin sentido (uno de los personajes para explicar lo inexplicabe,
dice que es así, pero que no lo puede explicar (sic)), con unos
diálogos imposibles puestos en boca de unos actores lamentables
interpretando a unos arquetípicos modelos más americanos que españoles(¡ay
la grobalización mental!). El lider, el gracioso, la esotérica,
la histérica, la siniestra y un afroamericano que pasaba por alli
(¡vaya casualidad!) ni lidera, ni hace gracia, ni resuelve nada,
ni nos pone nervioso, ni nos intriga, ni sabíamos que hacía en
la acampada, respectivamente.
Además a nada ayuda, quizá a mostrar su
incompetencia, la mezcla de formatos que nos depara la camara
a "lo bruja de Blair", las terribles y pseudofilosóficas citas
metacinematográficas, siempre apoyadas en la irritante modita
creada por Kevin Williamson y en el cine de terror menos terrorífico
de la historia (Craven and friends), ni mucho menos, esa
reiterativa y compulsiva manía de ponernos en fotografías en blanco
y negro lo que ya, desgraciadamente, habíamos visto en color,
sin aportar ni un plano nuevo. Sólo para fans de Paul Naschy,
si realmente los tiene.
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