Por
Silvia Ruano Ruiz
El fusilamiento en los últimos días de la Guerra
Civil del escritor Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo
de la Falange, que logró escapar indemne internándose en el
bosque y escondiéndose entre unos matorrales, donde fue descubierto
por un soldado republicano que decidió dar media vuelta y dejarle
con vida, sirve como punto de partida de este largometraje basado
en la novela homónima de Javier Cercas que constituye el tercer
y más logrado trabajo de David Trueba tras La buena vida
y Obra maestra.
Para
su adaptación, el director realiza algunos cambios, el más llamativo
de los cuales consiste en la transformación del narrador, que
en el libro era el propio Cercas, en una mujer (Ariadna Gil),
profesora en la Universidad de Gerona, que atraviesa una crisis
tanto personal (fallecimiento del padre, treintañera, sola,
sin hijos y con algún fracaso sentimental a cuestas) como profesional
(es una escritora reciclada en ocasional periodista a causa
de un bloqueo creativo), que es empujada por otros a rastrear
el suceso y darle forma literaria, lo que la llevará a reencontrarse
consigo misma y superar el trance.
Como consecuencia, se modifica también el personaje
de la vidente Conchi (María Botto, reclamando a gritos un papel
principal), que pasa a convertirse aquí en una amiga lesbiana
de la protagonista, y se crea un nuevo personaje inexistente
en el texto y a mi entender prescindible, que delata demasiado
su carácter de recurso de guión: el de Gastón (Diego Luna),
un alumno de Lola, carente de toda entidad y cuya única función
es proporcionar a ésta una información valiosa para su investigación
de un modo que se antoja tosco, forzado e inverosímil.
En una muestra más de cierta tendencia que parece
estar abriéndose paso en el cine español más reciente (me vienen
ahora a la cabeza otros dos títulos que incidían en ella: Aro
Tolbukhin y Cravan contra Cravan, aunque fueran propuestas
más arriesgadas y experimentales), Trueba introduce en la ficción
elementos reales como son los testimonios de personas que estuvieron
directamente involucradas en los acontecimientos narrados e
imágenes del NO-DO y del gobierno franquista, que imprimen a
la película un aire documental.
Por
otra parte, el pasado, que comienza asomándose tímidamente al
presente en forma de flashes, va ganando terreno conforme el
metraje avanza hasta situarse en igualdad con él y establecer
paralelismos: Lola Cercas se adentra en el bosque en un intento
por emular la huida de Sánchez Mazas que le ayude en su descripción,
y terminará despidiéndose del viejo Miralles de manera similar
a como lo hizo el escritor de los desertores que le socorrieron:
prometiendo volver a verse sin que esto luego se cumpliera (aunque
en el caso de Lola y Miralles este final quede sólo sugerido).
Pero es en su último tramo sin duda cuando la
cinta alcanza las más altas cotas de sensibilidad, emoción y
belleza con ese viaje a Dijon de la protagonista en su vana
búsqueda de respuestas simples a cuestiones complejas que no
pueden arrojar luz sobre el sentido de su propia existencia.
El film adquiere entonces el rango de alegato contra el olvido
y homenaje a los cientos de héroes anónimos nunca reconocidos
y ausentes de los libros de historia que ofrecieron hermosos
ejemplos en algún momento de valor y generosidad.
Y para acabar, mencionar asimismo que novela
y película ponen en tela de juicio la conveniencia o la justicia
de relegar al olvido determinados autores y obras, educando
en la ignorancia respecto a ellos a posteriores generaciones,
no por su falta de calidad artística sino por razones políticas
e ideológicas.
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