Por José
Antonio Díaz
Con el objetivo de ganar respetabilidad de cara
a su próxima carrera académica y profesional, un estudiante
que va a ingresar en Harvard para intentar seguir la tradición
de su familia, de prestigioso pasado político, corta la relación
sentimental que le une a su novia, una chica pija, cursi y frívola
de la zona glamorosa de los Ángeles cuyo encefalograma sólo
oscila aparentemente entre el diseño y la moda.
Pero
he aquí que la chica, respondiendo fielmente a la moral puritana
tan estadounidense de luchar por el éxito (en este caso, el
amoroso), aunque tal éxito ya no tenga ningún sentido, no se
resigna y decide seguir la trayectoria académica de su ex-novio
e intentar ingresar en la prestigiosa Universidad en que va
a estudiar aquél para tratar de reconquistarle a base de demostrarle
su dudosa capacidad intelectual.
Hasta estos complejos extremos argumentales llega
el cada vez más adocenado y políticamente correcto cine comercial
de los grandes estudios de Hollywood para llegar a las entendederas
del mayor público posible. Y, claro, a una historia tan rebuscada
y enjundiosa le corresponde los perfiles de unos personajes
al lado de cuya personalidad los de "Sensación de vivir"
resultan existencialmente torturados e intelectualmente metafísicos.
Planteadas así las cosas, sólo una comedia loca
y trepidante, con un guión perfecto y con resultado de obra
maestra (es decir, una de Billy Wilder) podría sacar algo de
vida de este conjunto de retales cinematográficos reciclados,
dispuestos como una sucesión de insípidos lugares comunes. Y
como no es el caso, pues lo único que tenemos es una historieta
cuyos escasos giros se conocen unos quince minutos antes de
que tengan lugar en pantalla, así como una retahíla de diálogos
tan planos y predecibles que hace inútil mantener la esperanza
de encontrar de vez en cuando algún atisbo de humor mínimamente
inteligente.
Significativamente, sólo se salva, y en la medida
en que un elemento aislado se puede salvar en un conjunto presuntamente
coherente, un par de secuencias que muestran un aspecto colateral
de la historia principal: la atracción que siente una de las
empleadas del salón de belleza al que la protagonista acude
regularmente para consolarse en su ambiente natural del rechazo
que su frivolidad provoca en la Universidad, hacia un empleado
de mensajería de una importante multinacional del ramo, de sonrisa
profidén y aspecto del obrero de la Coca-Cola Light, y en cuyos
escarceos se ofrece el único humor mínimamente presentable e
irónico de una cinta, además de torpe, ñoña y rancia.
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