Por
Juan Antonio Bermúdez
Admiro a los críticos capaces de hacer buena
literatura a partir de una mala película. Después de soportar
estos cien minutos de ruido que han titulado Rollerball,
a mí sólo se me ocurre llenar un párrafo de adjetivos descalificativos.
Aburrida,
banal, boba, bruta, cara, cargante, cateta, chocarrera, cretina,
cutre, desconsiderada, deshonesta, estridente, estúpida, fastidiosa,
frívola, fútil, gansa, grosera, impertinente, incongruente,
insignificante, insolente, insulsa, inverosímil, irrespetuosa,
irrisoria, lerda, mentirosa, necia, nociva, obscena, ordinaria,
pueril, ramplona, repelente, ridícula, ripiosa, soez, superficial,
vana, violenta, vomitiva y zafia. Por ejemplo.
Y, para colmo, resulta que se trata de una nueva
versión de una película ya flojita rodada por Norman Jewinson
en 1975, por lo que ni siquiera las pocas ideas que asoman en
este bsurero visual son originales.
La cosa va de un deporte futurista, una especie
de híbrido entre motociclismo, hockey sobre patines y béisbol
que en el año 2005, en un contexto absolutamente globalizado,
se juega en varios países asiáticos y se retransmite para todo
el mundo. La supuesta trama de la supuesta película se plantea
a partir de la ambición de los magnates televisivos (encabezados
por un luciferino Jean Reno, mafioso de chiste malo), que manipulan
el juego para generar escenas violentas y aumentar así los índices
de audiencia.
Este planteamiento crítico con los desmanes del
capitalismo mediático, que a priori puede prometer un mínimo
interés por la intención del filme de retratar de forma alegórica
una realidad que ya vivimos, se vacía de contenido desde el
primer plano, desde su misma concepción como un producto espectacular
de consumo para adolescentes aborregados.
Por encima de cualquier interpretación o propuesta,
por encima incluso de cualquier coherencia narrativa, se imponen
siempre una ética y una estética chapuceras de comecocos chillón
y huero, de cuento chino con héroe prefabricado, guaperas, blanco,
estadounidense y temerario, que conduce el coche más potente
y salva a la chica más guapa. Rollerball es de este modo
un exponente perfecto de lo que presuntamente intenta denunciar,
otra ración de opio.
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