Por
Pablo Vázquez
De entrada, Recién casados posee un objetivo
que invita al recelo y a la desconfianza. A través de la historia
de un matrimonio prematuro que pasa una desastrosa luna de miel
en Europa, propone un llamamiento a los jóvenes a dejar el pendoneo
y aceptar las responsabilidades, condenando la promiscuidad,
el adulterio y defendiendo el sexo ordenadito y por la Iglesia.
Aunque tire para atrás, esto no es nada nuevo y hay que reconocer
que tanto John G. Avidsen en ¡La que hemos armado! como Hughes
en La loca aventura del matrimonio lograron obras medianamente
estimables partiendo de premisas parecidas. Y la idea de mezclar
este cine de jóvenes que se convierten en adultos con un desarrollo
medio robado de Las vacaciones europeas de una chiflada familia
americana (que a su vez, también condenaba la infidelidad
y defendía la familia, pero con gracia) podía haber funcionado
con algo más de desmadre y actitud, sobre todo teniendo como
estrellas a dos pipiolos tan majetes y fardones como Ashton
Kutcher y Brittany Murphy.
Sin
embargo, hay que decir que por una vez el resultado artístico
y cómico (dada las discretas risas que escuché en la sala por
parte de un público que, como yo, iba predispuesto al cachondeo)
ha estado en consonancia con el rancio y discutible fondo. Recién
casados es una película anticuada e ingenua cuyo análisis de
los devaneos parejiles no logra ni la altura de un consultorio
de la Superpop. No es que no haya profundidad, es que ni nos
creemos a los personajes. Mal empezamos, entonces.
Los chistes y situaciones resultan tópicos y
están resueltos con los mecanismos más grises (el pelotazo en
la playa, el partido con la familia de la chica, el cabezazo
a la entrada de la habitación, ja ja ja) y los incorrectos golpes
de rigor están tomados directamente de otras películas cuya
chispa no parecen haber pillado ni a la de tres (os lo imagináis,
perros graciosetes, mujeres gordas que se tiran pedos, chicas
rubias estúpidas, nuevos ricos con aspecto de frikis; los clichés
humorísticos del nuevo siglo). Da la impresión que sus responsables
intentan utilizar nuestras propias armas (las de la buena comedia
grosera; Farrelly, Kumble, Sandler, Parker...) para colarnos
sus valores, dando la misma impresión que un empolloncete repelente
que se cuela en una fiesta de la cerveza para contar unos chistes
de tetas que ha visto en la tele.
Por poner un ejemplo reciente y claro, American
pie no sólo tenía unas situaciones de largo más ingeniosas,
sino que su estructura básica, el esqueleto sobre el que colocar
los gags era infinitamente más sólido y efectivo. Aquí, el predecible
guión avanza cansinamente con un imperdonable abuso del diálogo
y estiramiento de secuencias a priori de lo más simplonas, con
recursos argumentales de principiante aprovechados con desgana
(el pretendiente pijo de Britanny y toda su familia) y otros
poco menos que impresentables (sacarse de la manga al padre
de Kutcher para solucionar la crisis de pareja o la forma de
resolver su rollito no consumado, etcétera). Si de lo que se
trata es de hacer cine de retales, al menos habría que preocuparse
para que el propio descaro del conjunto haga sombra sobre lo
manoseado de sus recursos. No es el caso.
¿Parte positiva? Los actores, en especial Brittany
(que daría morbo hasta dirigida por Garci), y siendo generosos,
alguna situación aislada que a fuerza de tirar de cliché, cumple
su misión (el polvete en el avión, por ejemplo). Y poquito más,
la verdad.
Si Recién casados funcionara como comedia
me hubiera olvidado sin problemas de sus perversas intenciones.
Como apenas lo hace, he de recurrir a ello para darle el tiro
de gracia, volviendo a repetir que no hay nada peor que un cine
juvenil hecho con mentalidad de abuelo carca. Y posiblemente,
estemos ante la primera película con consoladores que consiga
divertir a Juan Pablo II. Esto no sé si es bueno o malo, pero
a mí me da un pelín de repelús.
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