Por
Pablo Vázquez Dueñas
A veces en el cine las cosas son exactamente
lo que parecen. Amor con preaviso no engaña a nadie y
menos a los que conocemos la trayectoria de su protagonista,
que ha pasado, en media docena de películas y para bien, de
chica mimada de Hollywood a prototipo perfecto de estrella anti-Oscar,
sin que la taquilla y la cantera de fans le den la espalda por
completo.
Esta
vez la excusa es una trama ligeramente romántica entre una abogada
socialmente comprometida y un magnate sin escrúpulos para el
que empieza a trabajar, dando un tanto de lado a sus principios
progres. La tónica sofisticada remite al Cukor de Vivir para
gozar e Historias de Filadelfia, aunque uno tenga
más en mente sus recientes renovadores: Nancy Myers, Tim Herlihy,
Charles Shyer o Nora Ephron. Sin embargo, seamos realistas:
estamos en territorio Bullock. Y esto implica que cualquier
tentación de revisionismo clásico ha de estar supeditada al
recital de performances de la estrella. Conocido esto, tengo
que reconocer que prefiero un buen show en torno a su
persona antes que otra fallida comedia nostálgica con aires.
Y precisamente aquí está la clave para la defensa de esta película.
Sin llegar a los niveles de encantador desvarío
de 28 días o Miss agente especial (también escrita
por Lawrence, al igual que Las fuerzas de la naturaleza),
Amor con preaviso avanza como una sucesión de diálogos
bobalicones que intentan imitar el ingenio de guionistas como
I.A.L. Diamond o Stanley Shapiro, salpicados con referencias
pseudoculturales, chistes de juzgado de guardia y tópicos neohippies.
Si a ello le sumamos un desorientado Hugh Grant que se esfuerza
por seguir a su acompañante (no cabe hablar de química cuando
ella tira de él todo el rato), la manía de su estrella de abusar
de situaciones en las que aparece bebida o le hacen quedar mal
de algún modo (¿dónde hemos visto a una heroína romántica con
diarrea?) y un par de malentendidos al uso, ya tenemos película.
¿Y el romance? Pues casi que metido con calzador.
El guión se articula de tal forma a medida de la Bullock que
apenas hay un conflicto reseñable hasta cerca de la hora de
metraje, con la aparición de una nueva abogada rival interpretada
por una chisposa Alicia Witt (tan cómoda en este ambiente como
en el de Cecil B. Demente de Waters) que conduce a la
resolución sensiblera (lo justito) en una precipitada parte
final. Esta falta de pretensiones y de respeto por la fórmula
clásica, que utiliza a su antojo y cuando le conviene, termina
proporcionando al desigual resultado cierta agilidad e incluso
frescura, algo estimable teniendo en cuenta que partimos de
un material manoseado hasta el desgaste. Tal vez sólo sea torpeza,
pero a veces lo torpe entretiene más que lo pasablemente agudo,
y es de entretenimiento a secas de lo que estamos hablando.
En definitiva, Amor con preaviso es lo
que pretende y advierte, ni más ni menos: una ensalada ligera
preparada para fans de los mohínes de la Bullock, a los previamente
convencidos y a los libres de prejuicios. Indigesta, dirán algunos,
pero infinitamente más soportable que esos pastelitos dietéticos
tipo Planes de boda. Preavisados estáis.
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