Por Alejandro
del Pino
Cuando fue preguntado por sus aspiraciones en Cannes,
Marc Recha contestó con modestia que ya se sentía
suficientemente premiado por compartir cartel con otros directores
como Manoel de Oliveira, Jean Luc Godard o David Lynch. Efectivamente
Pau y su hermano no obtuvo ningún galardón
oficial, pero su paso por el certamen francés le ha servido
para tener un discreto eco mediático del que de otra forma
hubiese carecido.
Continuando
en la línea marcada por sus dos obras anteriores (El
cielo sube y El árbol de las cerezas), Recha
ha realizado un film introspectivo y profundamente realista, de
ritmo pausado y tempo lento. Una película que observa y
describe la evolución vital de unos personajes esquivos
integrados en un escenario natural cuyo valor dramático
trasciende el de mero decorado. Pau y su hermano puede
interpretarse como una modesta pero sólida declaración
de principios cinematográfica que huye del glamour y de
los códigos convencionales para adentrarse en terrenos
poco transitados por la cinematografía española.
Hay una búsqueda de pureza
documental, que prescinde de los decorados artificiales y de los
movimientos preestablecidos, con escenas interiores donde en palabras
del Recha se ha "querido dejar respirar las zonas sombrías"
para que la penumbra "defina el espacio del campo visual".
Como contrapunto a esta vocación documental, se cuelan
algunas escenas con una gran carga onírica y poética,
que logran romper la monotonía rítmica del film
y sacan al espectador de su letargo contemplativo. Incluso nos
regala un pequeño guiño metalingüístico
en una escena en la que se parodia un rodaje en un momento de
borrachera de varios personajes.
La banda sonora se configura como
uno de los elementos más llamativos y logrados del film,
al dar protagonismo (presencia fílmica y valor narrativo)
al entorno natural en el que se mueven los personajes. Pau
y su hermano es una película de planteamiento profundamente
ecológico, tanto por su intención de respetar el
orden natural de la escena filmada como por su propósito
de intervenir y alterar lo menos posible la vida y el paisaje.
Una
arriesgada aventura estética y ética que el director
nacido en L´Hospitalet de Llobregat teje a partir de un personaje
que sólo aparece de forma simbólica: Alex. Su muerte
(su suicidio) deja una telaraña de ataduras invisibles
y remueve los sentimientos más íntimos de sus allegados
que conocen un nuevo Alex a través de los otros. A partir
de ese descubrimiento se replantean sus propios objetivos y sentimientos,
y asistimos a un profundo proceso de transformación que
les lleva a tomar decisiones radicales en sus vidas. Quizás,
el principal problema de Pau y su hermano es que no logra
transmitir de forma convincente los verdaderos motivos que mueven
a cada uno de los personajes. Como espectador se tiene la sensación
de que algo falla, de que hay piezas del puzzle que no logran
encajar.
Por ello, la tercera película del realizador
catalán se queda a medio camino en su aventura de exploración
estética y narrativa (lo que no es poco en una empresa
tan arriesgada). Se intuyen pero no siempre se palpan las elucubraciones
e intenciones del director, cuyo objetivo es "llegar a un
cine global donde la historia, con sus personajes, su luz, el
sonido y el paisaje, se posicionan en un mismo plano narrativo".
El reparto está
formado por un grupo de actores poco conocidos procedentes en
muchos casos del mundo del teatro. Destacan David Selvas, que
ha intervenido en películas del director catalán
Ventura Pons (Caricias y Amigo /Amado) y sobre todo
la joven Marieta Orozco (Goya a la Mejor Actriz Revelación
en 1998 por su papel en Barrio) que consigue hacer tan
increíble como intenso el personaje que interpreta.
|