Por
Manuel Ortega
Si acepto la raya que veo en el suelo y me posiciono
a un lado o a otro, creo que mi sitio estará antes entre los
proFincher que en los antiFincher, aunque me encontraría sin
duda entre los más comedidos de los primeros y estaría dispuesto
a darle la razón a los segundos, siempre que la llevaran . A
mí este tipo me parece un artesano aventajado y bien curtido
en el implacable mundo de la publicidad y el videoclip de alto
standing que con su segundo filme demostró una autoría opresiva
y ominosa sobre todo en lo visual aunque en lo conceptual trasgrediera
con acierto y con un malsano sentido del humor ciertas reglas
que han sido luego rebasadas por todo tipo de imitadores malsanos
y sin humor que no trasgreden (más bien agreden) y mucho menos
aciertan convirtiendo en ominosa y opresiva (por lo incomodo
que te encuentras en el cine) su burda labor.
Tras
mezclar a Dickens con Hitchcock muchos se pusieron de uñas con
lo que era un ejercicio formal de gran calado para mi modesto
y náufrago en este caso parecer. The Game es a Seven
lo que esta habitación del pánico es a El club de la
lucha, el filme que significó el paso de su categoría de
autor eminentemente formal, apóstata (parece que solo respeta
al orondo británico) virado hacia al manierismo visual más complejo
y estimulante, al estatus de autor con mayúsculas gracias al
atrevido, combativo, contundente y personal (se le supone) discurso
ideológico y meramente cinematográfico que levantó, levanta
y levantará ampollas en los sectores cinéfilos (o no) más correctos
y/o bienpensantes.
Por eso este brillante ejercicio de funambulismo
escénico interpretado por la desgraciadamente no demasiado habitual
Jodie Foster deviene en no decepcionante pero si insatisfactoria
muestra de que el que sigue siendo notable "filmmaker" podría
haber llegado, con dificultad, con unos mejores apuntes, a una
nota mucho más alta que la que consigue. Me recuerda en este
aspecto a Los Otros de Amenabar y no solo por lo claustrofóbico
de su premisa inicial ni por el tema de la intrusión en casa
ajena de elementos extraños, sino por la perfección de su acabado,
por lo cerrado de su arquitectura (más visual que narrativa),
por lo lúdico de su planteamiento (en ambas al principio se
establecen unas reglas de juego que habrá que respetar) y por
el olvido instantáneo de lo ocurrido pocos minutos después de
abandonar el cine. Una perfección aséptica , formal, de cortas
miras. Tras la satisfacción y el calor de la sala viene el frío
de la calle. Cosa que no pasa con el cine que a mí más me interesa,
la de los autores que saben perfectamente mezclar lo de dentro
con lo de fuera y me vale de ejemplo, además de la actual y
magnífica película de los Coen, la penúltima del mismo Fincher.
Casi soy más seguidor del guionista David Koepp
quien tuvo la delicadeza de ofrecerme dos estimulantes obras
en sus dos únicas incursiones como director la extrañamente
magnética El efecto dominó y la última vuelta de tuerca
al cine de fantasmas que reclaman justicia de El último escalón.
Y es éste el que más que dejarme insatisfecho me decepciona
porque a pesar de haber construido una bomba de relojería con
grandes momentos (véase la escena del móvil o la de la insulina)
su capacidad para el dibujo de personajes (pienso en el marido
de la Foster o en los tres desangelados ladrones) deja mucho
que desear así como muchas de las líneas de diálogos presuntamente
geniales o humorísticas solo destacan por su banalidad y por
su carácter contraproducente para con la tenebrosa trama.
Todo lo que nos queda es positivo, cine comercial
de la mejor categoría, un divertimento entretenido y angustioso
que soterra la extraña inteligencia de Fincher en una habitación
del pánico donde seguramente se encuentran encerrados los productores
de El club de la lucha, atemorizados por los exiguos
resultados comerciales de l'enfant terrible que ahora
se nos transmuta en l'enfant avancé en la construcción
de puzzles de diseño.
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