Por
Juan Antonio Bermúdez
Las dictaduras latinoamericanas han propiciado
una abundante literatura política, marcada, para bien y para
mal, por la urgencia del testimonio, por su naturaleza de cicatriz
de una herida sufrida en carne propia. Con ella ha contraído
demasiadas deudas este salto al cine del escritor Luis Sepúlveda,
preso y exiliado por culpa del bárbaro delirio pinochetista
y autor de culto en Alemania o Italia, antes que en España.
Nowhere
es un pastiche muy bien intencionado y muy mal resuelto.
A fuerza de esquivar desde su título las referencias concretas,
termina siendo un repertorio de vaguedad y tópicos, un cutre
puzzle de acentos y caracteres que, lejos de responder a su
vocación de parábola universal sobre el poder y sus excesos,
anula cualquier atisbo de sinceridad movilizadora para disolverse
en una estética kitsch de western panfletario.
Aunque Luis Sepúlveda tenía ya cierta experiencia
cinematográfica como guionista, su debut en la dirección deja
ver un lastre demasiado grave de su oficio literario, que infesta
con defectos o exceso casi todos los canales de esta primera
película suya. Hay una torpe evolución de una historia muy simple,
que pone en evidencia una tosca traducción de la literatura
al cine. Hay un uso tópico del montaje, la planificación y la
música (el compositor Nicola Piovani, colaborador habitual de
Nanni Moretti y Roberto Benigni, se contagia aquí de un aburrido
sentimentalismo rotulador, sin chispa).
Hay una (¿voluntaria?) retórica antinatural en
los diálogos que, rubricada por una ingenua pedantería de bachillerato
elemental y rematada por un doblaje alevoso y nocturno, predispone
a los actores a la declamación más que a la interpretación.
Hay un diseño plano de casi todos los personajes que desaprovecha
un reparto de talento y talonario (Harvey Keitel, Leonardo Sbaraglia,
Jorge Perugorría, Ángela Molina...).
Todo eso conduce, desde el título al título:
a ninguna parte.
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