Por
José Antonio Díaz
De vez en cuando, y sin que sirva de precedente,
las distribuidoras estadounidenses del oligopolista mercado
español, dentro del lote que, junto a la superproducción de
turno, suelen imponer a los exhibidores en este país (cuando
no son ellos directamente, claro…), venden alguna apreciable
película. Ése es el caso de esta producción independiente que,
como cualquiera que se precie de serlo, se ha exhibido en la
meca particular de este tipo de cine (Sundance).
Y
en este caso independiente quiere decir literalmente eso, es
decir, no depender de un gran estudio, porque en cuanto a su
naturaleza, aunque juegue con recursos caros a este tipo de
cine (visualmente, los encuadres resultantes de rodar con cámara
al hombro, una fotografía deliberadamente opaca y utilizar un
montaje frenético de resultado casi naif; narrativamente, la
utilización de personajes perdedores imbuidos en una atmósfera
pesimista), Narc no es más que un policiaco a la manera
en que la pasada temporada podía serlo, por ejemplo, Training
day o anteriormente otros muchas películas más o menos apoyadas
por la industria, más o menos de género, en que la típica investigación
policial acaba escorándose hacia algún tipo de corrupción de
algunos miembros de su propio Cuerpo.
Aunque de ritmo sofocante a fuerza de vertiginoso,
Narc no puede despreciarse como la típica modernez epidérmica
en que un montaje frenético esconde una historia sin vida y
sin matices, y ello por la sencilla razón de que en este caso
tal montaje está al justificado servicio de una ambientación
muy especial, una atmósfera densa y opresiva en que toda la
cinta encuentra su razón de ser. Planteada como un descenso
a las miserias, cuando no la podredumbre, que resulta de la
inevitable imbricación de los investigadores de los departamentos
de narcóticos, condenados a involucrarse en los ambientes más
sórdidos, con el durísimo ambiente de los barrios urbanos más
depauperados de cualquier gran ciudad y los traficantes y drogadictos
que encuentran en ellos su caldo de cultivo, Narc perfila
con magistral eficacia una serie de personajes perdedores, policías
quemados por la dureza de su trabajo a los que se les presenta
como última oportunidad de redención un caso especial en el
que están destinados a ver reflejados, de forma concentrada,
todos sus fracasos y frustraciones.
Carnahan, su director, ha contado la historia,
y aquí radica su única pero importante originalidad, no desde
la perspectiva de los hechos, sobre los cuales sólo se detiene
lo imprescindible para que la historia resulte mínimamente inteligible,
sino de la insufriblemente tensa rutina a que tienen que enfrentarse
esos policías, más dignos de lástima que los desgraciados delincuentes
a los que persiguen, y, coherente con tal enfoque, parece haber
puesto toda su atención en una ambientación magistralmente opresiva
para cuya construcción el ritmo más que vertiginoso, angustioso,
que se manifiesta no sólo en las escenas de acción, sino también
en los nerviosos flash backs que recorren todo su metraje, no
sólo no resulta redundante ni frívolo, sino, todo lo contrario,
sobreviene esencial.
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