Ficha técnica

Perfil de Ewan McGregor

 


Moulin Rouge

Gracias por la música

Por Javier Pulido Samper

En esta época de apropiación y aprovechamiento moroso de ideas ajenas, y de reciclamiento de los tópicos del cine, es el musical uno de los géneros más injustamente olvidado. Los grandes estudios no tienen la seguridad al 100% de que un musical sea rentable en taquilla. Mientras, un porcentaje importante de la armada indie prefiere con, el movimiento Dogma, enseñar una nueva forma de dormir (y no precisamente soñar) en las salas de cine. En este orden de cosas, es realmente sorprendente encontrarnos con una película como Moulin Rouge, que lleva la firma del irregular Baz Luhrmann, un director que alcanzó la fama por la nada recordable Romeo y Julieta.

Precisamente algunas de las señas de identidad de Luhrmann se forjaron en aquella película y se repiten aquí, en concreto la vocación teatral que albergan sus obras (sus dos películas anteriores han sido llevadas al teatro y hay planes de llevar esta). La recuperación y barnizado de clásicos también parece estar convirtiéndose en una constante del cine de este director australiano. Si en su día recuperó a Shakespeare para la hordas teen, en la película que nos ocupa hay ecos de Orfeo y Eurídice o La dama de las Camelias.

Moulin Rouge es la historia, contada en forma de bucle, del joven escritor Christian (Ewan McGregor) que en busca de una obra sobre el amor se encuentra por azar con una troupe de artistas bohemios encabezados por el mismísimo Toulosse-Latrec (encarnado por John Leguizamo). Juntos, comienzan a trabajar en una obra que deberá ser interpretada por la estrella del Moulin Rouge, la bella Satine (Nicole Kidman). Entre ambos jóvenes surgirá el amor, pero la figura de duque de Worcester, enamorado de Satine y mecenas de la obra, vendrá a interponerse entre ellos.

Es, avisados quedan, Moulin Rouge una película que requiere aparcar los prejuicios a la entrada del cine. Ya desde el primer minuto de proyección, al ritmo que marca la batuta de un director de orquesta desquiciado, se nos invita a sumergirnos en una vorágine de imágenes montadas con un sentido del ritmo decididamente pop y barroco, que bombardean la vista e hilvanan momentos absolutamente imaginativos. En dos pinceladas coloristas, Lurhmann nos traslada al París diabólico y decadente de 1900, una ciudad con un sentido de la arquitectura y de la urbanidad imposible en la que los efluvios de absenta conviven con homenajes a Meliés, un París que sólo puede encontrarse en las ensoñaciones más idílicas.

Luhrmann muestra sus cartas desde el primer momento. Poco importa que los personajes estén poco definidos y funcionen en el terreno de lo decididamente estereotipado, o que las recreaciones del vestuario de época sean cuando menos discutibles. Moulin Rouge juega su principal baza en el extrañamiento que provoca la fusión de universos y modas contrapuestas. Así, no es extraño que en el famoso teatro suenen los acordes del "Smell Like Teen Spirit" de Nirvana, que Satine cante "Diamonds are a Girl´s Best Friend" o que las coristas comiencen el espectáculo al ritmo de "Lady Marmalade".

Son precisamente estos y otros clásicos de la cultura pop, en su mayoría en versión orquestal, los que hilvanan el hilo conductor de la trama y la hacen avanzar. Aparte del guiño cómplice al espectador avezado en cuestiones musicales, se consigue dar una vuelta de tuerca a las convenciones del musical clásico, llevándolo un paso más allá de donde, sin ir más lejos, no pudo llevarlo Trier en Dancer in the Dark.

Hay en la película tres números absolutamente imaginativos y definitorios de lo que se puede encontrar en las bambalinas de Moulin Rouge. Además de la recreación decididamente kitsch de "Like a Virgin" de Madonna, es deliciosa la declaración de amor de Christian y Satine, zurcida con fragmentos de temas de David Bowie, Elton John o la mismísima "Up where we belong", del soundtrack de Oficial y Caballero. Pero sin duda, si por una secuencia será recordada Moulin Rouge, es por la versión de Roxanne a ritmo de tango que, con un montaje desgarrador, marca la bajada a los infiernos de Satine, y el desenlace de la película. Moulin Rouge sembrará polémica.

Es tal el desenfreno visual y escenográfico que más de uno se preguntará si debajo de tanto artificio no hay más que una hueca estupidez modernilla. Lo cierto es que, si bien la película transcurre durante parte de su metraje con una puesta en escena cercana a los parámetros del videoclip, según avanza la trama, ésta adquiere peso y profundidad, haciéndose abiertamente oscura y emotiva en su sprint final. Queda por ver como resistirá el paso del tiempo esta experiencia fílmica que privilegia forma sobre fondo. Para quien esto escribe se trata de una bocanada de aire fresco absolutamente necesaria, además de una bofetada merecida a la generación de la cámara al hombro.

   

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