Por
Javier Pulido Samper
Siempre he pensado que Ed Wood, de haber desarrollado
su trabajo en la última década en Hollywood, sería uno de los
directores más solicitados y sus producciones se contarían por
éxitos en taquilla. Lo que se ha venido a llamar como la peor
película de todos los tiempos , "Plan 9 del espacio exterior"
tiene un planteamiento más desarrollado que algunas de las películas
de ciencia-ficción que se estrenan últimamente. Men in Black
II es uno de estos casos.
La
originalidad que pudiera existir en la primera entrega de la
saga (sobre todo si no se tiene la suerte de haber disfrutado
de los comic books originales de Lowel Cunningham en que se
inspira) se ha disipado por completo. Hay pocas sorpresas en
Men in Black II, ninguna agradable o especial. Y es que
la secuela, además de compartir la premisa de la primera entrega,
repite los mismos alienígenas bizarros creados por el equipo
dirigido por el mago de los efectos especiales, Rick Baker.
También repiten casi todos los personajes de la primera entrega,
excepto Linda Fiorentino, cuya imponente presencia se intenta
remediar con la muy discreta Lara Flynn Boyle, en su papel de
reina galáctica malísima. Las imposibles carreras en coche,
la relación de buddy movie de los agentes K y J son expoliadas
de la primera entrega, pero ahora con sabor a rancio.
Para qué engañarse, MIB II es una maniobra
comercial cuyo único objetivo es engordar el bolsillo de Barry
Sonnenfeld y el ego de Will Smith, porque bien es conocida la
suerte de los tontos, y aunque hubieran debido deportarles tras
Wild Wild West, ambos han logrado su objetivo. El primero
porque la reputación en el actual sistema de productoras se
mide por millón de dólares recaudado, y si todavía quedaba alguna
esperanza de recuperación por sus prometedores inicios, se ha
encargado de sepultarla de por vida. El segundo confirma que
es tan flojo actor como rapero, y que dispone de una ambición
pocas veces vista, porque en realidad su presencia en la pantalla
respecto a la primera entrega se ha multiplicado, y sus gracietas
sin gracia también.
Para colmo, se ha introducido una trama amorosa,
o algo así, totalmente descafeinada con el personaje interpretado
por Rosario Dawson, que aparece hasta la saciedad en las notas
de prensa de la película y en las publicaciones de tendencias,
pero que en realidad poco puede hacer en un papel de mero comparsa.
Para no robar protagonismo al divo, las apariciones de Tommy
Lee Jones se han reducido bastante, en realidad no interviene
hasta el minuto veinticinco, y siempre en un segundo plano.
Una verdadera lástima que este veterano actor, otro que tal,
solo se digne en aparecer en este tipo de megaproducciones.
No bastan los gags de Smith para sostener una
película cuyo guión, a cargo de Robert Gordon y Barry Banaro,
pierde su encanto tras los logros de los cinco primeros minutos
de metraje, y se convierte en un artefacto hueco, sin emoción
y convicción y cuya única razón de existencia (insisto) es la
económica. Afortunadamente, como todas las películas de Sonnenfeld,
se trata de una producción muy corta, que llega hasta los 88
minutos, y sólo por sus infinitos títulos de crédito.
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