Por Alejandro del Pino
Con
el mismo equipo técnico y muchos de los actores que han
protagonizado sus anteriores películas, el realizador
francés Robert Guédiguian vuelve a elegir Marsella
y sus alrededores como escenario de su última propuesta
fílmica. Pero en esta ocasión abandona el registro
coral y el contenido político (explícito o alegórico)
de películas como Marius y Jeanette, ¡Al
Ataque! o La ciudad está tranquila, para indagar
en el tormentoso laberinto pasional en el que está atrapada
una mujer (Marie-Jo, encarnada con enorme convicción
y vigor dramático por Ariane Ascaride) que está
enamorada al mismo tiempo de su marido (Daniel, interpretado
por Jean-Pierre Darroussin) y su amante (Marco, interpretado
por Gérard Meylan).
Marie-Jo
no quiere elegir y quedarse sólo con uno de los dos.
Pero para que un triangulo amoroso pueda funcionar sin dañar
irremediablemente a sus protagonistas, es necesario un mínimo
de equilibrio entre las partes implicadas y, sobre todo, ser
capaz de escapar del poderoso proceso de educación emocional
y aprendizaje cultural que determina nuestra comprensión
de los conflictos sentimentales y de las relaciones amorosas.
Y aunque Marie-Jo ama sinceramente a los dos hombres, y ellos
intentan asumir la complejidad de la situación sin encerrarse
en el odio o en el deseo de venganza (a pesar de que no pueden
evitar sentir ambas cosas), es muy difícil encontrar
una salida del laberinto en el que se han metido.
Con un planteamiento narrativo marcado por un
sereno dramatismo y un pesimismo poético que remite (como
el mismo Guediguian ha reconocido) al romanticismo clásico
alemán antes que al melodrama cinematográfico,
la trama de Marie-Jo y sus dos amores desemboca fatalmente
en tragedia. En este sentido destacan algunos momentos de especial
intensidad emotiva como la escena final (en la que Marie-Jo
y su marido sellan para siempre su amor en una escena de belleza
trágica con reminiscencias operísticas) o el hundimiento
silencioso de Daniel desde que un día de lluvias torrenciales
descubre la infidelidad de su esposa.
Pero más allá de estos crescendos
dramáticos, hay durante todo el filme una intencionada
lógica naturalista que evita caer en el sentimentalismo
innecesario y nos presenta a unos personajes cercanos, frágiles
y desconsolados (muy alejados del prototipo del héroe
romántico) que no saben como hacer frente a una situación
que les desborda. Ayuda a esta contención dramática,
la habilidad de Guédiguian para contar con toda crudeza
(pero sin efectismo) reacciones y situaciones muy creíbles,
como el rechazo frontal de la hija (Julie-Marie Parmentier)
a la actitud de sus padres, o la incorporación de varios
personajes secundarios que en sus breves intervenciones nos
muestran algunos de los complicados vericuetos del comportamiento
humano.
Como
cineasta comprometido con su tiempo y con su cultura, el director
de Marius y Jeanette no olvida en esta obra algunos de
los planteamientos políticos y estéticos que han
ido apareciendo a lo largo de su trayectoria creativa (aunque
los deja en un discreto segundo plano): preocupación
por los problemas de actualidad (con referencias a conflictos
laborales, a la precariedad de la vivienda o a la situación
en Palestina), reivindicación de lo local (no abandona
Marsella, ni los ritos de sus habitantes como tocar la bocina
cuando se pasa por debajo de un túnel) y una narración
pausada, directa y contemplativa que se resiste al ritmo frenético
que impone la industria hollywodiense. Tampoco hay que obviar
la valentía que sigue suponiendo mostrar de forma comprensiva
(sin tramposos trucos argumentales) la decisión de una
mujer que busca ante todo su felicidad personal (no exenta de
cierto egoísmo), aunque eso suponga traicionar a su familia.
No obstante, Marie-Jo y sus dos amores
tiene un tono excesivamente monótono y flojea en la resolución
de muchos de los conflictos (morales y narrativos) que se van
planteando. Guediguian deja demasiado desdibujados a los dos
protagonistas masculinos y falla en su intento de contar una
historia trágica y romántica a partir de un planteamiento
narrativo naturalista y de una dirección de actores muy
preocupada por evitar el exceso de gestualidad y de dramatismo.
La película, además, no logra mantener un buen
ritmo y aún haciéndose demasiado larga deja algunas
reacciones y decisiones de los protagonistas sin explicar de
forma convincente.
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