Por Alejandro
del Pino
"Un pequeño paso para el hombre,
un gran salto para la humanidad". La presunta llegada del hombre
a la luna fue mucho más que un reto científico y tecnológico.
Supuso la constatación definitiva de que entrábamos de lleno
en la era de la aldea global bajo el liderazgo de una única
y todopoderosa superpotencia: los Estados Unidos de América.
Pero detrás de la hazaña cósmica que se presentó a los ojos
de 600 millones de atónitos telespectadores como el final feliz
de una especie de película de ciencia ficción hecha realidad
(con frase sentenciosa incluida) hubo muchos protagonistas anónimos
de los que la historia oficial no suele acordarse.
Al
menos eso es lo que plantea La luna en directo, el segundo
largometraje que ha estrenado un equipo de creadores australianos
llamado Working Dog -Santo Cilauro, Tom Gleisner, Jane Kennedy
y Rob Sitch- cuyo primer filme The Castle obtuvo un relativo
éxito de crítica y público. Basado en hechos reales aunque con
personajes y caracteres completamente inventados, La luna
en directo se adentra en el papel que jugó un excéntrico
y humilde equipo de científicos australianos en el legendario
paseo lunar de Neil Amstrong y sus compañeros.
Alejados de la sofisticación y
el celo profesional de las grandes instalaciones de la NASA,
la pequeña localidad de Parkes acogía el mayor telescopio del
hemisferio sur, y recibió el encargo de ayudar al receptor principal
situado en Goldstone (California) en la retransmisión televisada
del pequeño gran paso de Neil Amstrong. Una responsabilidad
que lejos de modificar el carácter sosegado de los trabajadores
del telescopio, sirvió para que estos demostraran que se puede
contribuir a los grandes avances de la humanidad sin renunciar
a una peculiar manera de entender el mundo y echando mano de
la improvisación y de la chapuza para solventar imprevistos.
Ellos, y todo los habitantes del pueblo de Parkes dan una lección
de humildad y sencillez al vivir con intensidad el magno acontecimiento
histórico sin dejar de preocuparse por asuntos triviales como
el modo en que resolverían los astronautas sus necesidades fisiológicas.
La
luna en directo es una deliciosa comedia bientencionada
y sencilla, tan ingeniosa como ingenua, que recupera el optimismo
y la vitalidad de las mejores obras de Frank Capra y en la que
los personajes están tratados con un respeto y una ternura poco
habitual en el cine reciente. Un filme tierno, reconfortante,
profundamente humanista y en cierto sentido conservador. Puro
y gozoso cine de entretenimiento que no necesita camuflarse
tras ninguna coartada intelectual o comercial y que durante
una hora y media nos devuelve la confianza en la raza humana.
Encabezando el reparto encontramos
a Sam Neill (El piano, El hombre que susurraba a los
caballos, Parque Jurásico,...) que encarna al tranquilo
y atormentado director del equipo responsable del telescopio.
Entre la galería de entrañables y excéntricos personajes que
pululan por la película destacan el eficaz guardia del telescopio
(uno de los grandes hallazgos cómicos del filme), el alcalde
bonachón de Parkes (atención a su parecido con Lou Grant) y
el irónico y conflictivo técnico Ross Mitchell que protagoniza
algunas de las escenas de mayor intensidad dramática.
El segundo trabajo del Working
Dog tiene además valor como documento histórico al recuperar
imágenes poco conocidas de la llegada del hombre a la luna,
y re-descubrir el extraordinario fenómeno mediático en que se
convirtió la misión espacial. Pero es en esta vertiente testimonial
donde se puede realizar la principal objeción a la película:
su absoluta falta de visión crítica ante el acontecimiento.
En ningún momento la película plantea que detrás de la hazaña
cósmica se ocultaba una de las mayores maniobras propagandística
del gobierno de Washington para equilibrar a su favor la balanza
de la Guerra Fría. Pero
esa es otra historia.
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