Por
Manuel Ortega
La comedia social británica se puso de moda
con Full Monty y epígonos, ofreciéndonos la cara menos
amarga del cine de Ken Loach, más simplista, menos contundente,
pero cimentada en unos valores parecidos, enclavada en un paisaje
urbano común y reconocible (y si todavía no es reconocible en
España, espérense al postaznarismo), y por una temática análoga
y combativa, y aunque ideológicamente más fútil, de más largo
alcance comercial. Aquí Cattaneo demuestra que seguía la moda,
porque ya no hay lectura que valga, nos encontramos ante una
comedia simpaticona, que entretiene a ratos, pero simplona,
intrascendente, prescindible, predecible e inmediatamente olvidable.
Dicen
que la segunda obra siempre es la más difícil (hay películas
sobre ello, hay ejemplos significativos) y Cattaneo ha querido
pisar sobre seguro, repitiendo el mismo esquema, jugando con
las cartas marcadas de unos actores excepcionales (Spall, Plummer,
Nighy, Nesbitt), con un libreto bufonesco pero hilarante de
Stephen Fry (el Peter de Los amigos de Peter) y Anne
Dudley y con una cárcel que parece un jardín de infancia donde
solo cabe interrogarse el porqué de la condena de esos buenos
hombres.
Humor blanco, más de sonrisa que de carcajada
que no nos ahorra escenas melodramáticas ridículas y sin sentido
(el suicidio del personaje de Spall), ni una historia de amor
cogida por los pelos de un calvo, absurda en su desarrollo y
en su finalización. No basta con que la chica sea la prometedora
Olivia Williams, vista en papeles más convincentes aunque más
secundarios en El sexto sentido o Academia Rushmore,
ni que se nos intente justificar que una funcionaria de prisiones
se enamore y lo arriesgue todo por un convicto con no demasiadas
luces, por mucho encanto que él crea poseer.
Todo
vale en este cine descafeinado que cambia las cargas críticas
por un rudo maniqueísmo de baratillo donde los malos además
de malos son tontos y los buenos no son muy listos pero sí muy
buenos. Nada irrita pero tampoco nada entusiasma y esto, teniendo
en cuenta las expectativas levantadas por el director, no puede
ser catalogado de otra forma más que de decepcionante. Y duele
tener que darle la razón, momentáneamente pero razón y al fin
y al cabo, a los que catalogaron de bluff a Cattaneo
y a su opera prima.
Los que dijimos que no, que Full Monty era
un estupendo soplo de aire fresco para la comedia y el cine
social al unísono, tendremos que replantearnos si la flauta
sonó más porque podía sonar que porque tenía que sonar, a pesar
de que también es impepinable que sabe de que va esto de dirigir
actores y de entretener durante hora y media a públicos de toda
ralea y condición. Pero nuestra apuesta era otra y es hora de
bajar las orejas y reconocer que Lucky break es una obra
mediocre, que levanta sonrisas y algún bostezo, muy modesta
y nada molesta, muy poco ruido y muy pocas nueces en definitiva.
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