Por José
Antonio Díaz
Acerca de los problemas de distribución
del cine español, se suele achacar la mayor de las responsabilidades,
y con razón, al cuasi-monopolio que las distribuidoras de los
grandes estudios de los EEUU ostentan, entre otros países, en
el nuestro, que permite el estreno y, a veces, la permanencia
en cartelera, muchas veces a costa de cintas españolas, de películas
absolutamente mediocres, incluso desde el punto de vista comercial,
y que, en otras circunstancias, no pasarían del submundo del vídeo
de alquiler. Pero a veces también es inexplicable el estreno de
algunas películas españolas si no se echa mano de motivaciones
no ya extracinematográficas, sino incluso extracomerciales.
Ése
es el caso de Lena, primer largometraje del cineasta Gonzalo
Tapia. Cómo una película con el guión de ésta, que firma el propio
Tapia y David Muñoz (quien tiene en cartelera, además, otra película
cuyo guión no ha sido precisamente alabado por quienes la han
analizado - El espinazo del diablo - ) ha podido recibir
el apoyo de tantas entidades y estrenarse en tantos salas (al
menos de Madrid) es materia que, por incompronsible y compleja,
excede de estas líneas.
Circunscrita al género negro y
estructurada en torno a la figura del personaje entre adolescente
y juvenil cuyo nombre da el título a la cinta, de tan arbitraria
que es la organización de los elementos que conforman su historia,
no se sabe bien si en Lena se pretende contar la relación fatal
de su protagonista con el mundo de los bajos fondos de la droga
y la prostitución en una ciudad gallega (a través del hilo conductor
de su padre), o su relación con éste (a través del hilo conductor
de los bajos fondos en que está fatalmente involucrado su padre).
En todo caso, toda la historia
se basa en una premisa argumental inverosímil: la exagerada implicación
de Lena, una chica relativamente convencional con ideas sensatas
y un entorno de amigos tirando a pijo, en el mundillo de los traficantes
de droga y los regentadores de antros con el fin de redimir a
un padre de estampa patética y comportamientos lamentables, interpretado
por un Manuel Manquiña que no consigue desasirse de ese estereotipo
de personaje de cómic que le diera popularidad en Airbag
y, en menor medida, en Año mariano.
Falta, por lo tanto, de una materia
argumental con un mínimo de verosimilitud, la única salida tal
vez habría sido la película de personajes, a lo Mariano Barroso,
basada en buenos personajes y/o diálogos, nada de lo cual se da
en Lena, que sólo tiene la virtud de ofrecernos una historia con
localizaciones en un área (Galicia) que no suele retratar el cine
español.
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