Por
Manuel Ortega
Partiendo de una historia peregrina basada en
la novela homónima de su guionista Fernando Marías, Miguel Hermoso
ha realizado su sexto filme reincidiendo en las constantes implícitas
en el grueso de una obra irregular pero decididamente compacta
y personal. Su querencia por historias de reencuentros vuelve
a aparecer en esta fantasía plausible sobre el fusilamiento
de Federico García Lorca y su posible supervivencia a los disparos
efectuados. El joven pastor que lo encuentra en estado semivegetativo
, que lo cura y que posteriormente lo abandona en un convento
cuando se tiene que incorporar al frente, decide rastrear su
pista 44 años después cuando por temas burocráticos ha de volver
a Granada.
La
relación que se mantiene entre el viejo arrepentido y el viejo
loco y pedigüeño se irá consolidando al mismo tiempo que el
primero descubre quién es el segundo de manera progresiva y
ocurrente. La habilidad del mendigo frente al piano, las lágrimas
que caen de su rostro al ver en televisión a Dalí, la escena
que monta en el teatro en una función de La casa de Bernarda
Alba están apuntadas con gracia y con ritmo sin dilatarlas en
exceso y con la sensación presente del descubrimiento. Alfredo
Landa y Nino Manfredi dan más vida a esas dos personas que no
existieron (el pastor que le salvó la vida a Lorca, Lorca envejecido
y demente) confiriendo a sus interpretaciones un poso de verdad
(paradójicamente) y de amargura. Y es muy interesante además
ver la dicotomía entre artista y obra y como sin obra, sin la
genialidad del trabajo supremo, sin creatividad, el creador
no es nada ni nadie. Un viejo vagabundo del que se burlan los
niños por su raro aspecto.
Hermoso vuelve a fundamentar su película en
las relaciones humanas que se establecen entre una pareja desequilibrada
en la cual el elemento aparentemente débil es más fuerte que
el aparentemente fuerte creándole una dependencia al segundo
que es lo que caracteriza y diferencia estas típicas historias
de historias más tópicas. Pasaba en la excepcional Truhanes
con Arturo Fernández y Paco Rabal ayudándose cada uno en
su medio, pasaba también en la excéntrica Loco veneno con
el personaje enajenado de Pablo Carbonell conduciendo a Maru
Valdivieso por la absurda trama de yogures y asesinos, ocurría
a su vez en la búsqueda que emprendía Eloy Azorín en pos de
un padre irresponsable, borracho y despreocupado con la cara
de Santiago Ramos en la sorprendente Como un relámpago y
también se vislumbraba en la road movie andaluza Fugitivas
donde una niña encontraba a su madre ideal y adoptiva en
una raterilla que se lleva toda la película intentando devolverla.
En La luz prodigiosa no es la búsqueda de la reinserción
social, ni la de la resolución de una caso de falsa culpabilidad,
ni la de un padre, ni la de una madre, sino la búsqueda de la
identidad y de la redención.
Además en el apartado técnico destaca (como
siempre) la magnífica escenografía de Félix Murcia, la partitura
del maestro Morricone y la manera con la que Carlos Suárez fotografía
una ciudad tan cinematográfica y tan poco utilizada como Granada.
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