Por
Carlos Leal
Explica James Kearns, autor del guión
de John Q., que la historia se le ocurrió después
de leer en el periódico una entrevista a un paciente
que recibió un transplante de corazón, quien aseguraba
que de no haber sido rico seguramente habría muerto.
La falta de cobertura sanitaria obligatoria y el limitado alcance
de algunos seguros médicos privados suponen un grave
problema social en un país, Estados Unidos, que presume
de ser el más rico y poderoso del mundo. En torno a esta
paradoja levanta el director Nick Cassavetes, hijo del mítico
John Cassavetes, su primer largometraje dentro de las rutinas
productivas de Hollywood.
La
película se centra en la vida de John Quincy Archibald,
un modélico padre de familia pobre pero honrado en un
país en el que ser pobre y honrado hace mucho tiempo
que dejó de ser una opción segura. Su salario
a tiempo parcial en una empresa metalúrgica apenas le
alcanza para llegar a fin de mes, pese a lo cual mantiene una
fe absoluta en Dios y en el sistema. Sin embargo, algo cambia
cuando su hijo Mike sufre un infarto y necesita un trasplante
de corazón para seguir viviendo. En el hospital le informan
de que su seguro médico no cubre la operación,
por lo que debe reunir 250.000 dólares en unos días
para que su hijo no muera. Tras intentarlo por todos los medios,
John termina tomando una decisión radical: secuestrar
el hospital y obligar a los médicos a que realicen el transplante.
La publicidad de John Q. se ha esforzado
por presentar la película como un thriller con
un fuerte contenido social. Sin embargo, el mensaje que pretende
transmitir, que sin duda es loable y necesario, se ve lastrado
por dos graves problemas narrativos: la grandilocuencia de la
acción y la acumulación de clichés dramáticos.
Por una parte, la eficacia del mensaje se resiente
de la propia estructura de la historia, repleta de acción
superficial y demasiado tendente a la exageración. De
este modo, conforme avanza la trama algunas de las situaciones
llegan a ser inverosímiles e incluso ridículas,
algo que molesta especialmente en el último y tramposo
giro narrativo, que por decencia no desvelaremos. Sin embargo,
el gran problema con John Q se encuentra en la excesiva
simplicidad con la que el director Nick Cassavetes y el guionista
James Kearns afrontan la historia. Así, la película
resulta maníquea en sus planteamientos y cae en un sinnúmero
de tópicos dramáticos que la conducen al terreno
de la sensiblería.
También
falla la película a la hora de dibujar a los personajes,
que quedan reducidos a meros estereotipos. El oscarizado Denzel
Washington vuelve a intepretar uno de esos papeles que sus detractores
siempre le acusan de monopolizar, el de un padre ejemplar, que
mantiene una relación idílica con su familia y
es un trabador incansable; de hecho, en la película trata
de conseguir otro trabajo en el que le rechazan por estar demasiado
cualificado (sic). Tampoco tienen mucha más suerte con
sus personajes Robert Duvall (el poli bueno, que trata de negociar
con John para que se entregue), Ray Liotta (el poli malo, sólo
preocupado por su popularidad mediática), Anne Heche
(la inflexible gestora del hospital, dispuesta a sacrificar
vidas en favor de los resultados económicos) y James
Woods (un cirujano cardiovascular algo cínico pero de
buen corazón).
Todos estos problemas hacen derivar a John
Q. desde el campo de la crítica social hacia el del
melodrama bienintencionado, en el que al final como diría
Manuel Summers "to er mundo es güeno" y las circunstancias
se alían para propiciar un previsible final feliz. Queda
en el paladar el regusto amargo de que un tema tan serio como
el de las deficiencias sanitarias y el escaso gasto social de
los Estados Unidos hubiera merecido un tratamiento más
reflexivo y menos espectacular; sin embargo, teniendo en cuenta
el panorama de Hollywood hoy en día, quizá sea
demasiado pedir .
|