Por
Manuel Ortega
Jack el destripador se ha convertido en uno
de los personajes más perdurables en el inconsciente atávico
del pueblo llano que lo sufrió y de las más altas cunas que
le vieron nacer. Transformado en bestia mitológica gracias a
la impunidad de sus crímenes, sigue, quizá por ese matiz, atrayendo
las aterrorizadas miradas lascivas de lectores, espectadores
y oyentes, erigido en figura icónica de lo terrorífico uniendo
el temor a sus caracteres más emblemáticos: la oscuridad, la
capa, el sombrero y el maletín de médico, las vísceras, la carne
muerta de un cadáver revuelta por las manos vivas de un ser
superior. Metaforizado en imagen del terrible siglo, por fortuna,
pasado, sigue alimentando a la reflexión mediante el horror,
al futuro mediante al pasado, a nuestros pecados mediante el
aviso de un demiurgo sancionador y terrible convertido en tutor
de nuestras flaquezas.
Las
múltiples teorías sobre la verdadera identidad del asesino de
Whitechapel dieron un vuelco imaginativo e inesperado cuando
en 1976 el polémico periodista británico Stephen Knight da a
imprenta Jack el destripador: la solución final, donde
una conjetura tan peregrina como la intervención de la familia
real inglesa (no sé si tendría que ir en mayúsculas, yo no las
pongo) va cobrando cuerpo mediante el aporte de interesantes
pruebas si no concluyentes harto significativas. Allan Moore,
quizá el mejor guionista de comic de los últimos 20 años, vio
la luz (la ve con bastante frecuencia tanto en lo artístico
como en su esotérico día a día) y con la colaboración del ilustrador
Eddie Campbell se lanzó a escribir From Hell la novela
gráfica o comic adulto y de culto que ocupa un lugar muy alto
en la consideración de los puristas del género.
Los polémicos hermanos Hughes llevan a la pantalla
grande la adaptación de este último, logrando captar la atmósfera
de los suburbios de un Londres nocturno y taciturno desde esa
primera escena en la que con un travelling nervioso e inquietante
nos ofrece una panorámica para posicionarnos físicamente en
el pecaminoso infierno desde donde se comienza la narración.
Si seguimos a pie juntillas la sobada declaración de Jean Luc
Godard de que el travelling es una cuestión moral, los Hughes
Brothers nos regalan la inmoralidad más terrible, un paseo sin
protección por un barrio lleno de los aparentes despojos de
la civilización. Atmósfera opiácea y alucinada que mezcla la
extrañeza de lo sucedido con la extrañeza de lo fumado. Johnny
Depp, otra vez un personaje fuera de su siglo, da vida a un
Shelock Holmes que ha cambiado la lucidez por la alucinación,
la cocaína por el opio y a Watson por otro acompañante gordo
pero mucho más elemental. En la parte de los aciertos de este
oscuro filme habría que añadir la progresión visual de los crímenes
cometidos desde la primera victima hasta la última y ese hermoso
final que por supuesto no desvelaré.
En el debe cierta morosidad en el inicio y
cierta precipitación en el desenlace. Caídas de ritmo. Algún
diálogo. Una historia de amor imposible. Algún personaje secundario.
Los comentarios del pueblo a la policía. La lógica simplificación
del mastodóntico comic original. Pero nada que no nos permita
disfrutar de una obra diferente con una acabado formal impecable
y con unas interpretaciones solventes. Recuerda a Vidocq
pero con guión.
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