Ficha técnica

 


Tres idiotas y una bruja

Las cosas del querer (y no poder)

Por Manuel Ortega

Sobre el papel esta película nos proponía otra vuelta de tuerca sobre el tema de la díficil compaginación entre los amigos y la pareja, una guerra fría y sin cuartel donde normalmente sólo suele haber una victima: el supuesto amado por los dos. El argumento era reconocible, el quinteto de actores principales de muchos quilates, la mala leche asegurada (por lo visto en el trailer) y además estaba basada en hechos reales acaecidos a sus dos guionistas. Pero si han mirado la estrellita (estamos de estreno) supondran que todo queda en agua de borrajas. ¿Razones? Unas cuantas. A ver.

Los personajes: En lugar de ajustarse al cortumbrista relato iniciático que se presumía, los guionistas optan por la deformación de unos tipos que pasan de ser reconocibles a execrables, jugando con la exageración en la pintura de los protagonistas tanto en la vertiente física, deudora del cartoon, como en la psíquica, también deudora del cartoon por cierto. Actitudes y aptitudes llevadas hasta un paroxismo de trazo grueso y futil que rompe todos los espejos esperables para colocarnos los deformantes (espejos) de un aburrido parque de atracciones.

Por supuesto no son los del callejón del gato de Luces de Bohemia. Son los espejos deformantes de una juventud norteamericana aparentemente divertida y despreocupada que esconde en su interior una reaccionaria metodología vital. Pero no es de extrañar porque es una producción que parece dirigida casi en exclusiva a jovenes descererbrados adeptos a la MTV (valga la redundancia) como sumum de conocimientos, al nonsense como método de (des)conocimiento, a la comida basura como sistema de abastecimiento y al onanismo como forma de supervivencia. Un espectro social que aumenta y nos subyuga, la invasión de los ladrones de almas.

La dirección: Poco se podía esperar del firmante de La salchicha peleona que se dedica a intentar mostrar cierta y vana autoría con la utilización de flashbacks explicativos y previsibles. Acostumbrado a dirigir a actores del estilo desaforado del malogrado Chris Farley o Adam Sandler, aquí desaprovecha una de las muestras más prometedoras de la interpretación norteamericana, dandole rienda suelta a todos los defectos a corregir.

Steve Zahn (cada día más parecido a William H. Macy) sobreactúa en un papel que se le ajustaba como anillo al dedo, Jack Black resultá irreconocible despues de maravillarnos a todos en Alta fidelidad, Jason Biggs parece estar en otra película, Amanda Peet (lo único bueno de Falsas apariencias) tiene cara de no estar contenta con su sueldo y Amanda Detmer exhibe su radiante sonrisa en todo momento, venga o no a cuento. R. Lee Emey está tan pasado como en su genial papel de instructor en La chaqueta metálica, cuya parodia es lo único no desechable de este bodrio. Dennis Dugan muestra su ineptitud al no poder/saber dirigir a tan prometedor reparto.

Conclusiones: Nefasta comedia que ni hace reir, ni pensar, ni disfrutar, desaprovechando una excelente idea de salida. Personajes idiotas diciendo idioteces en situáciones idiotas. El reverso de Von Trier, la sublimación de los bajos razonamientos (e instintos), la juventud estupidizada y estupidizante que no hace distingos por sexo, formación cultural, raza o religión. Una película para olvidar. Ya.

   

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