Por Jose
Antonio Díaz
La moda de la corrección política,
de lo políticamente correcto, surgida fundamentalmente en los
EE.UU., es por definición algo tan ambiguo que, en su aplicación
práctica, y debido a la diferencia de culturas políticas, puede
dar lugar en su país de origen a productos cinematográficos absolutamente
bienintencionados que, allende sus fronteras y, particularmente,
en la escéptica Europa, puede provocar la indignación, cuando
no el desprecio, de los medios de comunicación y del público más
influyente.
Ése
es el caso de Hombres de honor, basado en el caso real
de la odisea personal del primer buceador negro de la Armada norteamericana,
Carl Brashear, a quien interpreta Cuba Gooding Jr., para conseguir
su status y, después, mantenerlo en unos años, los 50, en los
que la segregación racial estaba aún en vigor en los EE.UU. Lo
que en ese país es visto como una emocionante historia de superación
personal, de individualismo, que confirma la tesis de que contra
el mérito personal no existe barrera discriminatoria efectiva
alguna, aquí, en Europa, y entre el público más consciente o concienciado,
no resulta más que un espectáculo políticamente obsceno en el
que se intenta propagar una cierta ideología individualista según
la cual la ética sólo se justifica porque a la postre es la única
llave del éxito, es decir, como una herramienta utilitarista.
Con la doble agravante de que,
en el caso de Hombres de honor, tal doctrina nos es mostrada,
en primer lugar, a través de la figura de un negro, con lo que
implica de crítica aprovechada y poco inocente a fenómenos políticos
consolidados en las sociedades modernas como la redistribución
de la renta o la discriminación positiva a favor de los colectivos
sociales o raciales más desfavorecidos; y en segundo lugar, y
para mayor inri, un negro que se siente orgulloso y da literalmente
su físico por la institución que en teoría más resistencia opuso
a la integración racial: la militar, personificada en la cinta
por un personaje, interpretado por un histriónico Robert de Niro,
que simbolizaría la ideología reaccionaria que se le supone a
la mal llamada América profunda.
Así las cosas, más su desbocado
e inocente melodramatismo típicamente norteamericano, no es extraño
que Hombres de honor no haya sido distribuida comercialmente
a un nivel equivalente al que le correspondería por su costosa
producción. Sin embargo, al margen sus problemas extracinematográficos,
lo cierto es que la segunda película del desconocido George Tillman
Jr. (Líos de familia), con guión de Scott Marshall Smith, no es
tan deficiente como simple y maniquea.
Exclusivamente interesada por
contar una historia local y ejemplarizante y, por tanto, pensada
básicamente para un público norteamericano, Hombres de honor
progresa fluidamente, sin baches de ritmo, en lo que es su mejor
virtud, pero a golpe de trazo grueso que deja a la intemperie
el primitivismo de sus personajes, la tosquedad de sus diálogos
y, lo que es más grave, la previsibilidad de sus distintas situaciones,
planteadas por sus autores como molestos pero imprescindibles
trámites que lleven al espectador hasta la traca melodramática
final.
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