Por Alejandro
del Pino
Un único decorado, cuatro personajes y
el deseo honesto y valiente de explorar las razones que llevan
a personas liberales y cultivadas a reproducir en sus relaciones
íntimas los mecanismos de sumisión y dominación
del orden establecido. Este es el punto de partida de Gotas
de agua sobre piedras calientes, el tercer largometraje
del francés Francois Ozon que recupera un texto escrito
por Rainer Werner Fassbinder cuando apenas tenía 19 años.
Estructurada
en cuatro actos y ambientada en la tolerante Alemania Federal
de los años 60, Gotas de agua sobre piedras calientes
retrata la trágica evolución de la relación
que se establece entre un hombre de 50 años (Bernard
Giraudau) y un joven de 19 (Malik Sidi) que aún no tiene
clara su tendencia sexual. Lo que empieza como un apasionado
romance acaba desmoronándose con la rutina y la vida
en común, y al final degenera en una relación
desigual y destructiva.
Gotas de agua sobre piedras
calientes es un drama denso e hiriente en el que,
sin embargo, hay ciertos momentos de inesperada comicidad. Una
obra profundamente pesimista pero apasionada y vital, donde
podemos encontrar conexiones con la mirada lúcida y desconcertante
del teatro del absurdo de Samuel Beckett. Lo más sugerente
del texto de Fassbinder, que ha logrado captar a la perfección
la película de Francois Ozon, es su capacidad de transcender
la anécdota a partir de una trama que funciona a un doble
nivel. Gotas de agua sobre piedras calientes describe
el nacimiento y el deterioro de una pareja adentrándose
en su intimidad, pero también puede entenderse como una
metáfora de los mecanismos de sometimiento y sumisión
que se establecen en las relaciones humanas, desde las puramente
políticas a las familiares y personales.
Su fuerte carga teatral y la economía
de medios con la que ha sido rodada en vez de implicar un lastre
le otorgan un carácter singular y le dan vigor dramático.
Además Ozon sabe utilizar con inteligencia y elegancia
ciertos recursos estilísticos y ha llevado a cabo una
obra repleta de matices visuales y tejida con un gran sentido
del ritmo cinematográfico. Pequeños pero significativos
detalles nos hacen comprender que no estamos ante una obra de
teatro filmada, sino ante una experiencia de cine en mayúsculas.
La
acción se desarrolla sin fisuras, a partir de un discreto
pero complejo montaje y una extraordinaria dirección
de actores. Desde un punto de vista formal, Ozon ofrece un poliédrico
juego de planos donde se roza el milagro de experimentar con
los ángulos más inverosímiles sin que el
espectador se sienta abrumado. De este modo Ozon filma a los
protagonistas desde diversas perspectivas (frontal, cenital,
de espalda,...) e intercala imágenes de un lirismo estremecedor
que podrían remitir a Edward Hooper pero reinterpretado
desde una óptica centroeuropea y claustrofóbica.
Como posible objeción, la brusquedad con la que se pasa
de una lógica dramática y expresionista pero dentro
de los límites de lo verosímil, a un tramo final
que desborda cualquier interpretación naturalista.
Gotas de agua sobre
piedras calientes es ante todo un film de personajes,
sobre quienes recae de principio a fin el peso de la historia.
El francés Bernard Giraudeau encarna con convicción
y solidez a Leopold, el cincuentón tiránico y
enfermizo que domina y esclaviza a sus amantes. Frente a él,
Malik Zidi (interpretando al joven Franz) que es capaz de aguantar
el reto y pone en pie a un personaje que tiene que afrontar
decisiones trágicas a pesar de tener aún reacciones
de niño. Como protagonistas secundarios pero imprescindibles
en la resolución del drama, dos personajes femeninos.
Ludivine Sagnier, como la novia de Franz que quiere recuperarle
y acaba atrapada en las garras del manipulador Leopold. Y Anna
Thomson (la protagonista de Fast food, fast women) en
el papel de una ex-amante de Leopold que nos remite a la estética
decadente y fatalista de otros filmes de Fassbinder.
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