Por
Alejandro del Pino
Al igual que otros veteranos realizadores como
Woody Allen, Eric Rohmer o Manoel de Oliveira, la filmografía
de Robert Altman aumenta a un ritmo vertiginoso (casi a película
por año) sin que ello suponga una disminución
de su capacidad para sorprendernos a partir de relatos intensamente
vitales y que destilan oficio y sabiduría cinematográfica.
Galardonada con el Globo de oro al Mejor Director y con siete
nominaciones para los Oscar (entre otras a la Mejor Película),
Gosford Park remite tanto al juego de intrigas y sospechas
de las novelas de Agatha Christie como al estilo elegante y
sobrio de la prestigiosa serie de Televisión Arriba
y abajo, sin olvidar una de las obras maestras de Jean Renoir:
Las reglas del juego.
Tras
la inteligente y venenosa broma misógina que llevó
a cabo con El Doctor T y las mujeres el director estadounidense
salta de época y de continente y nos sitúa en
1932, en una espectacular mansión de la campiña
inglesa donde el acaudalado y excéntrico Sir William
McCordle (Michael Gambon) y su esposa Lady Silvia (Kristin Scott
Thomas) han convocado a un variopinto grupo de amigos y familiares
para una jornada de caza. Entre ellos se encuentran la irónica
y decadente Condesa de Trentham (interpretada por Maggie Smith),
el arribista Freddie Nesbitt (James Wilby), el actor y cantante
Ivor Novello (Jeremy Northam) o un productor estadounidense
de películas de Charlie Chan que ha viajado a Inglaterra
en busca de inspiración para su próximo film.
Los invitados vienen acompañados de sus sirvientes -que
ocupan otra ala de la mansión y a los que se les reconoce
por el nombre de sus señores.
Hay que estar muy atentos para no dejar escapar
detalles en este abrumador film, para gozar de la precisa y
enrevesada trama que teje el director de Vidas Cruzadas
en torno a sus personajes - señores y sirvientes- y a
las relaciones de poder y seducción que se establecen
entre ellos. Hay que entregarse de lleno y dejarse fascinar
por la naturalidad con la que Altman nos habla de los secretos
que guardan y las miserias que encubren, de sus amores imposibles
y de sus odios discretos, de su micromundo ordenado y frágil
que funciona como reverso metafórico de la sociedad que
lo genera.
Gosford Park es
un film exigente, abierto y múltiple, que a partir de
una historia central se multiplica en mil relatos paralelos
de forma que cada personaje tiene razones para asesinar a Sir
William y a su vez convertirse en protagonista central de una
nueva película. Altman ha realizado un film entretenido
y ágil, que logra que el espectador olvide la extensión
del metraje (casi dos horas y veinte minutos). Gosford
Park engancha por un habilidoso juego de intrigas
que se sostiene en un lúcido y corrosivo retrato de las
miserias y ambiciones humanas que trasciende la época
y el lugar en el que se ubica la historia.
La
última aventura fílmica de Altman rebusca en el
fondo de sus personajes y disecciona los complejos intereses
económicos, afectivos y morales que se ponen en marcha
en cualquier tipo de relación. Y lo hace de forma vigorosa
y sutil, manejando un guión sólido que no obstante
se permite algunas licencias pero que acierta de lleno en la
construcción de los personajes, a los que dota de enorme
fuerza dramática y de una poderosa dimensión simbólica.
El gran logro de Robert Altman ha sido además
fundir dos registros narrativos -intriga y retrato psicológico-
en una única historia, haciendo sencillo y transparente
algo que en realidad es sumamente complejo (una virtud reservada
a los maestros). Estamos ante una película de aliento
clásico y hermosa textura visual que nos pone en contacto
con el Altman más audaz y lúcido, el que es capaz
de presentar personajes y situaciones límites con una
naturalidad asombrosa y una mirada crítica tan demoledora
como comprensiva.
Como posibles objeciones, la excesiva dificultad
que tiene el espectador de asociar a los sirvientes con sus
correspondientes señores -algo natural en un película
coral tan compleja pero que queda potenciado por la pereza con
la que se presentan algunos de los personajes- y cierta rigidez
en la resolución de situaciones claves. Pequeñas
manchas que no enturbian demasiado la última propuesta
de un Robert Altman en plenas facultades creativas.
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