Ficha técnica

 


Más pena que Gloria

Juventud, maldito tesoro

Por Juan Antonio Bermúdez

Cualquier discurso generacional es reductor, porque cada persona pasa por la vida con un ritmo distinto, crece o se desgasta física, psicológica y socialmente a golpe de impulsos objetivamente subjetivos, de circunstancias únicas. Aceptado esto, esa convención que llamamos edad y que nos impide, nos permite o nos condiciona, genera vínculos y se convierte en un material literario de gran interés, aprovechado con frecuencia por el cine. Tanto que podría hablarse de un género que elabora sus argumentos a partir de la problemática de una determinada edad. Y de éste dividido a su vez en subgéneros: películas de niños, películas de viejos, películas de treintañeros, películas de adolescentes...

Biel Durán y Quique San FranciscoA esta última categoría pertenece Más pena que Gloria, debut en el largometraje de su director, Víctor García León, y de la mayor parte de su plantilla artística y técnica, jóvenes que se han reunido para hacer una radiografía bastante despiadada de un período de su vida que sienten todavía muy próximo, contra el tópico de la adolescencia como época todopoderosa y libre, contra su evocación idílica.

Por encima de algunas torpezas dispensables en cualquier ópera prima, Más pena que Gloria consigue mantener un buen tono durante todo su metraje, entretiene, sorprende y en general apunta un modo inteligente de contar y resolver, una frescura siempre bienvenida. Su protagonista, Biel Durán, que recibió el premio a la mejor interpretación en el Festival de Málaga, logra con holgura el matiz verosímil y cercano pretendido por un filme como éste, con la réplica excelente de Bárbara Lennie, una debutante de 17 años seleccionada en una prueba que el equipo de la película llevó a cabo en colegios e institutos.

Entre los actores consagrados que también intervienen en el filme sobresale María Galiana, bastante alejada aquí del rol de madre sufridora que le ha dado fama, y sobre todo Quique San Francisco, en un papel coyuntural pero inolvidable, como un peculiar profesor de gimnasia que ha acabado odiando el deporte.

Casi todos los personajes aparecen caricaturizados, atravesados por una mirada deformante que destaca su lado patético. Y es en esa socarronería tal vez excesivamente cruel, en esa negrura facilona y poco piadosa, donde la película roza a veces la broma gruesa y cargante, cebada sobre todo contra los personajes femeninos, como por ejemplo en el retrato de la madre hiperprotectora o en el de la hermana glotona. Una falta de tino y de tacto que afea al resto.

   

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