Por Manuel
Ortega
En el pressbook de esta
producción española se apunta demasiado alto al decir que si Rohmer
tuviera gracia, Jarmusch, ritmo, y el director de Porky's (sic),
cerebro, habrían hecho esta película. Estas declaraciones, además
de una confianza suicida y de todo punto absurda en su limitadísima
capacidad, demuestran un desconocimiento del medio fílmico y de
sus autores lindante en lo sonrojante. Porque la obra del maestro
Romher siempre destila un finísimo sentido del humor, quizá no
apto (gracioso,digo) para todos los públicos, y una de las muchas
virtudes de Jarmusch es su fascinante control de un ritmo narrativo,
que espera, supera o comparte la pantalla con lo descriptivo.
La
velocidades son propias de los coches, las películas no tienen
que ser "rápidas" como a algún crítico se le ocurrió apuntar por
primera vez. Sobre la capacidad intelectual de Bob Clark (el director
de Porky's tiene nombre) no tengo nada que decir porque
desconozco su obra, pero supongo que podrá andar por la calle
y masticar chicle al mismo tiempo. Pues eso, demasiado alto.
Un opositor y un caradura (¿caradura=aspirante
a escritor?) deciden ocupar y realquilar la casa de la beata tía
del primero. Los nuevos inquilinos son de lo más variado: un cybernauta
pelígroso, un guiri despreocupado y buena gente, una "guay" aspirante
a pintora, el profesor caradura de ésta y un camello quinqui recien
salido de la trena. La desconexión entre ellos será patente desde
el principio.
Y en ese principio se terminan
las escasa virtudes de la película, residentes casi todas ellas
en la prometedora presentación de personajes y en el acierto parcial
de unas costumbristas notas al natural de ciertos sectores reconocibles
en nuestra juventud. Esas relaciones de deseo, simpatía, incomprensión,
odio y extrañamiento propias de la convivencia, no se trabajan
todo lo que sería pertinente y a los 30 minutos de proyección
el estancamiento de éstas dan paso a una idiota guerra por ver
quién ensucia más y quién hace la guarrada más grande. En la cocina
se acumula la basura, al mismo tiempo que en nosotros lo hace
el aburrimiento y la decepción. La sala dejó de reir y ya nunca
más lo hizo, y eso es terriblemente significativo si hablamos
de una supuesta comedia desternillante.
Los actores combinan una mala
dirección con carencias de su propio cuño, referentes sobre todo
a la dicción, a la sobreactuación o a la simple incapacidad para
hacernos creer una escena (exceptuando a Jorge Bosch). El look
cutre de delante de la cámara es análogo al que se encuentra
detrás, en una dirección sin chispa y en un guión sin una historia
que contar; todo se reduce a una simple acumulación de tópicos
habítuales sobre personajes inexistentes. Personajes reconocibles
en un principio que se hacen increíbles por su desarrollo,
o mejor dicho, por no tener desarrollo, sólo degeneración no moral.
En definitiva ni la gracia de Pauline en la playa, ni el
ritmo de Dead Man, ni, paradojas de la vida, la inteligencia
de Bob Clark. Y es raro que no me haya gustado porque me encanta
la pizza y las películas porno. ¿Será que bajo la tapa?
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