Por
Manuel Ortega
Pues no era mala la pinta de esta primera película
estrenada en España de Xiaogang Feng, director famoso en China
por ser el encargado casi todo los años de las allí famosas
películas de fin de año, especie de anuncio de freixenet (por
su periodicidad) pero con argumento, nudo y desenlace que se
hace con el share más alto del año. Acostumbrado al cine chino
más serio y trascendente de los Zhang Yimou, Chen Kaige o Zhang
Yang, sorprende ver un entretenimiento tan inane y tan vacío
como esta pequeñita estupidez de la que tan buenas referencias
tenía. Pero entre la buena pinta del argumento y la mala pinta
del cartel la segunda sensación está mucho más cercana de la
realidad que la primera. La promesa de comedia cinéfila que
toma como pretexto el remake de El último emperador por parte
de un consagrado director estadounidense llamado Don Tyler (¿pertenecerá
a la misma generación que el alleniano Val Waxman?) se queda
en nada, en mera excusa para dar rienda suelta a una variante
china del humor de trazo grueso que se puede dar en tanto en
España como en Tegucigalpa, una mezcla de desenfado apagado
y surrealismo más denotativo que connotativo.
El
chiste inicial se agota demasiado rápido y luego todo funciona
por acumulación de situaciones aparentemente originales, moderadamente
imaginativas, torpemente resolutivas, que consiguen que el sopor
y la incredulidad ante el torpe desaprovechamiento de una idea
ciertamente atractiva nos van invadiendo. La exageración de
chascarrillos, que bien contados tendrían su gracia, me hace
recordar lo que decía Woody Allen sobre lo inversamente proporcional
que es ser gracioso e ir de gracioso. La publicidad que lleva
el muerto en el entierro está elevada a la enésima potencia
pasando así de la crítica a la risa cómplice, de la sátira hiriente
a la desmochada parodia. Los cambios experimentados por este
país desde la muerte de Mao Zedong son aparentemente criticados
en la comercialización de todo (el capitalismo, ya saben) pero
realmente ensucia aún más lo que pretende limpiar. ¿O es que
nadie se ha dado cuenta que todas las marcas que aparecen existen
realmente?¿Nadie se ha percatado que todas se nombran o aparecen
sus logotipos bien claros en pantalla?
Y está claro que este Xiaogang Feng (del que
desconozco el resto de su obra) es el niño listillo de una clase
donde abundan los superdotados. Él se ha hecho con un mercado
(otra vez la palabreja) no explotado en su país que da como
resultante que su cine empiece a distribuirse en occidente respaldado
por una casa tan importante e influyente como la Columbia Pictures.
Me parece un dato significativo que ahorra más palabrería. Como
también lo es la presencia de dos actores norteamericanos como
Donald Shuterland y Paul Mazursky (más conocido por su faceta
como director) que resuelven el envite como se esperaba de ambos:
el primero con solvencia y profesionalidad no exenta de sus
consabidos excesos y el segundo con la ineptitud de la que habitualmente
hace gala. Sus compañeros chinos, la guapa Rosamund Kwany el
feo Ge You, se convierten sin duda en lo mejor y más fresco
de la función.
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