Por
Juan Antonio Bermúdez
A vueltas con el mito romántico de Fausto, el
hombre que vendió su alma al diablo a cambio de que se cumplieran
sus deseos terrenales, La Fura dels Baus abrió en 1998 una trilogía
con la obra de teatro F@usto Versión 3.0, que tuvo su
segundo episodio en la ópera La condenación de Fausto y
que se cierra ahora con este filme denominado Fausto 5.0,
primera incursión de la fastuosa compañía catalana en el campo
del cine.
Los
"fureros" Alex Ollé y Carles Padrissa y el arrimado Isidro Ortiz
(procedente del mundo de la publicidad y la televisión) desarrollaron
durante cuatro años una tormenta de ideas que finalmente tomó
forma de thriller psicológico más o menos al uso en un
guión de Fernando León de Aranóa. La intención era hacer una
interpretación posmoderna y muy libre de la leyenda de Goethe,
tensada en el conflicto entre el deseo y el deber, entre el
instinto y la razón, más que en el clásico enfrentamiento entre
el bien y el mal.
El resultado es interesante e irregular, a ratos
fascinador y a ratos cargante. Fausto 5.0 podría compararse
con uno de esos gigantescos humanoides de la Fura: una estructura
asombrosa bajo la que se intuyen demasiados huecos. En el haber,
hay que destacar algunos hallazgos visuales, vinculados a las
evocaciones de la descolorida fotografía y sobre todo a la sugerente
ambientación en un espacio ambiguo, conseguido a partir de una
Barcelona desfigurada, apocalíptica, inédita.
Muy meritorias son también las dos interpretaciones
principales: la del argentino Miguel Ángel Solá, un Fausto flemático
y tristón, y la de Eduard Fernández en la piel de un Mefistófeles
cañí que destila un humor corrosivo y contagiado de la negrura
que impregna toda la película.
En el debe, hay que demandarle a Fausto 5.0
precisamente aquello de lo que presume: riesgo, valentía.
La máxima transgresión manejada por los directores se limita
a unos planos "viscerales" propios del gore más trasnochado.
Es lícito esperar de algo que se vende como la primera película
de La Fura dels Baus una propuesta más abstracta, más liberada
de un esquema narrativo convencional.
Asusta la etiqueta de cine experimental y parece
que La Fura ha querido evitarla plegándose a algunos esquemas
y rasgos que ellos identifican con lo específico cinematográfico,
cuando lo cierto es que el lenguaje del cine (si hay algo que
pueda llamarse así) está constantemente en construcción. Pero
eso ya es otra película.
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