Por
Manuel Ortega
Carpenter es un plato difícil para todos los
públicos. Resulta paradójico porque es todo lo contrario. Pero
los que van al cine con el único proposito de divertirse (lícita
opción) y consumir palomitas (más discutible) no se sienten
atraídos por la falta de "megaestrellas superestelares" y por
la escasa difusión publicitaria con la que cuentan otros inefables
engendros de mucho menor valor y categoría. Pero lo curioso
es que tampoco atrae a los sesudos espectadores dispuestos a
descubrir nuevos oceános de conocimiento donde simplemente hay
charcos mil veces pisados.
No
entiendo a ninguno de los dos sectores, porque, sin duda, es
uno de los directores que mejor conjuga lo visceral con lo cerebral.
Si se vendiera al mejor postor arrasaría en taquillas y si se
llamará Carpentarakis o Kar-Pen-Tei sería uno de los gurú de
la nueva (vieja) inteligentzia cinéfila del momento. Para los
amantes del cine puro y duro, de las reminiscencias clásicas,
del divertimento con enjundia, Carpenter, John, es una cita
ineludible.
Fantasmas de Marte es una muestra más
del insobornable posicionamiento de Carpenter para con la industria
hollywoodiense, un fantastique vigoroso e incorrecto susceptible
a diversas y plausibles lecturas políticas. "Toda mis películas
son western". Pues eso, puro cine, decía, donde buenos y malos
convergen, donde la ley difumina sus parcelas, donde todos tienen
la réplica aguda y precisa, donde se debe llegar al final habiendo
aprendido y progresado a traves del trayecto en un tren macilento
y enloquecido.
Un western fronterizo donde un poblado ocupado
por una posse de mineros enferman con lo que encuentran en la
excavación, una suerte de oro rojizo de ancestral origen y futuras
consecuencias que los enfebrece. El horror del (la) sheriff
y sus ayudantes se mezcla con el de sus colaboradores formado
por el pistolero más buscado del planeta y sus roñosos socios.
Rio Bravo con pistolas de próxima generación. Hombres y mujeres
fuertes protegiendo su fuerte de unos apaches que se vuelven
locos y bailan y cortan las cabelleras a la altura del cuello.
Carpenter está con los otros (nunca los buenos ni los malos)
aunque entiende que los nativos, los indígenas, los aborígenes,
los marcianos, estaban antes.
Visual y temáticamente cercana a Vampiros,
narrativamente está a años luz. Carpenter ensaya con la narratología
y con la construcción de la historia como nunca lo había hecho.
Y como a él lo que le gusta es el cine clásico lo hace utilizando
y renovando uno de los recursos más apegados a la edad de oro:
el flashback. La película se abre con uno que sistemáticamente
va abriendo otros que abren otros en su interior. Complejas
maniobras que en lugar de oscurecer la comprensión de la trama
la facilitan y la subliman.
Por lo demás, acción y de la buena, un grupo
heterogéneo obligado a sobrevivir y sucumbir juntos ante el
peligro externo, conjugando el sentido del deber de Ford con
el de la amistad de Hawks, la irrespirable atmósfera colectiva
de Peckinpah con el hiriente diálogo de Wilder, la inteligencia
del cine de ayer con los efectos especiales del de hoy.
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