Por
Manuel Ortega
La acogida de la última película de Travolta
ha sido extrañamente hostil por un público y una crítica que
la ha catalogado alegremente de "telefilmesca" y de ya vista.
Y quizá lleven razón pero con matices. "Telefilmesca" y convencional.
En cuanto al termino delimitativo de lo que es "telefilmesco"
o no, me atrevo a decir que va más con términos cuantitativos
que cualitativos, esto es que el telefilm al ser de bajo presupuesto
tiene que acudir antes a un cáncer que a una bomba, a una planificación
de interiores al poder rodar en varias partes del mundo y al
asesino doméstico, de andar por casa, al Ben Laden Bush o Sharon
de turno.
Por
eso la crítica facilona cargará con el sambenito de "realización
telefilmesca" a películas como In the bedroom o esta
Falsa identidad, sin atreverse por supuesto a tachar
con tal peyorativa coda (hoy en día porque quizá dentro de unos
años sea laudatoria) a la gran obra maestra de Lynch, pese a
quien le pese, Una historia verdadera, que comparte rasgos
formales y de contenido con lo, y otra vez entre comillas, "telefilmesco".
Lo de la falta de originalidad es harina de otro costal y no
hay nada que discutir al lugar común de su planteamiento, a
la previsibilidad de su desarrollo y a la desvergüenza en su
desenlace.
El autor de tan estimulantes propuestas como
El campo de cebollas, Impulso sensual o Melodía
de seducción vuelve a erigirse en paradigma del artesano
eficiente siempre a merced del guión y del brillo de las estrellas
puestas a su disposición. Aquí el guión adolece de sentido de
la progresión y de unas ciertas lagunas en la composición de
personajes tan importantes como el de Vince Vaughn o el de Steve
Buscemi (haciendo lo de siempre tan bien como siempre). Los
actores están voluntariosos todos aunque quizá haya que destacar
al limitado Travolta regresando al rol bonachón pero ambiguo
de la minusvalorada Mad City y al pequeño Matt O'Leary
que nos brinda la mejor escena de la función (cfr. la visión
del asesinato en el asiento trasero del coche de su padrastro).
Pero Becker cae en la segunda parte cuando los
elementos ajenos a su labor se imponen y acotan el campo de
acción del director. La puesta en escena ya está hecha, la presentación
de los personajes también, el conflicto irresoluble dispuesto
a resolverse a pesar de todo lo que ya hemos visto. Todo con
un regusto conservador que aboga por la unión familiar a pesar
del alcoholismo del patriarca, por la imposibilidad de no poder
tener un padre que no sea biológico y por una desmesurada y
nada sutil apología de la silla eléctrica (sic) como única manera
posible de exterminar la maldad
Por eso, y otras cosas, no puedo decir que
Falsa identidad sea un gran filme ni tan siquiera una
propuesta interesante o atrayente, pero lo que sí pienso, y
como pienso insisto, es que es una película recomendable para
echar el (un) rato, cortita en cuanto a metraje y que sabe mantener
la atención e incluso provocar el sobresalto en alguna escena
puntual. Harold Becker sigue decepcionando a los que esperamos
mejores resultados de sus innatas cualidades pero yo no me pierdo
ni una de sus películas. Prometido.
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