Por
Pablo Vázquez Dueñas
Happy Madison surgió por iniciativa de Adam Sandler
(actor, guionista y cómico del Saturday night live) y del productor
Jack Giarraputo, con el fin de llevar a cabo sin intermediarios
sus propios proyectos y los de sus colegas. Teniendo en cuenta
que estos colegas tienen los nombres de David Spade, Norm McDonald,
Dana Carvey o Rob Schneider no es de extrañar que los resultados
hayan sido obras tan disparatadas y libres como Gigoló (que
sigue siendo su trabajo más inspirado, sin contar los de Sandler),
La sucia historia de Joe Guarro o Estoy hecho un animal.
Todo ello ha convertido a la Happy Madison en una auténtica
empresa dedicada a la noble comedia imbécil de toda la vida,
como una AIP o New World de nuestros tiempos pero con el humor
sin pretensiones por bandera. Y en último término, su tarea
ha ayudado a que la comedia norteamericana goce de uno de sus
mejores momentos, nada que envidiar a la dorada época de las
screwball comedies...
Sin
embargo, toda fórmula tiene su desgaste, o mejor dicho, toda
fórmula puede acusar momentos de cansancio. Este cuerpo no
es el mío, que prometía el cielo con una premisa tremenda
(una actualización por la cara y con excusa sobrenatural del
cine de travestidos teenagers de los ochenta con títulos como
¿Un chico como todos? y un sinfín de subproductos simpáticos
del calado de Willy/ Milly, Un ladrón con faldas o Loco
por Shelly), un trailer que en sí mismo era obra maestra
y un guión firmado por el propio Schneider y Tom Brady (guionista
de series como Los Simpsons y El crítico, que
en la Madison no contratan a cualquiera), ha resultado ser algo
muy parecido a un pinchazo.
No es que su humor sea menos eficaz, ni que no
hayan los suficientes momentos afortunados (la utilización del
fuera de campo en la primera aparición de Clive/ Jessica a April,
el chiste del antiguo novio y el cura, la larga secuencia en
la discoteca con la descacharrante pelea en el callejón como
colofón) sino que parece obvio que sus responsables se han limitado
a calcar la mecánica de aquellos títulos como serviciales funcionarios,
sin una pizca de riesgo y con un ligero tufillo a amor verdadero
que resulta más falso conociendo lo que se han reído de él hasta
ahora sus responsables. Los mismos que, después de plantear
con rotundidad la premisa, son incapaces de sacar partido a
sus ideas, cerrando la historia con un clímax tan atropellado
como decepcionante. Es por eso que la última locura de Schenider
queda lejos tanto del clasicismo basura de Gigoló o Joe Guarro
como de la elegancia pop de Un papá genial, Billy Madison
o la reciente Mr Deeds.
Por tanto, pequeño tirón de orejas para estos
reyes de la comedia y esperanza última de que el cine de la
Madison no se convierta en una gris sombra de lo que prometía
ser. Porque si bien sus detractores apenas encontrarán diferencias
entre este título y cualquiera de los anteriores, los auténticos
chalados que hemos elevado al culto extremo burradas como Scary
movie, Austin Powers o La cosa más dulce,
salimos más planchados que la camisa de un opusiano. Pero perdonamos.
Lo que nos va a costar olvidar es que no hayan aprovechado más
a la excelente Anna Faris (Solondz... ¿estás escribiendo algo
para ella ya, no?).
P.D.: La mayoría de las críticas que he leído
sobre Este cuerpo no es el mío, incidían, casi obsesivamente,
en el hecho de que películas tan simplonas y localistas (?)
no debían estrenarse en los cines españoles. No sólo no estoy
de acuerdo, sino que hasta diría que hay insuficiencia de humor
elemental en nuestras carteleras. A diario me pregunto por qué
no llegan de una vez títulos como Happy Campers, Chuck and
Buck o But I´m a Cheerleader. En su lugar, bien podrían
colar a Kaurismakis, Kusturikas y Kiarostamis directamente en
los videoclubs…¿no?
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