Por
Manuel Ortega
Cuenta la anécdota que en una fiesta en Hollywood
un camarero pidió consejo a Billy Wilder. Éste tras mirarlo
de arriba abajo le dijo que era demasiado feo y le aconsejó
que se escribiera un guión a sí mismo. Billy Bob Thornton le
hizo caso y se puso manos al ordenador hasta que de allí salió
Sling blade con la que dio el salto a la dirección y
a la fama. Bill Paxton no se escribió su propia historia pero
si que anduvo listo a la hora de elegir el guión de Brent Hanley
para hacer su más que digno debut tras la cámara. Además se
reserva el protagonismo vedado habitualmente por su eterno papel
secundario (segundón), por su rostro demasiado familiar y por
una capacidad interpretativa hasta ahora oculta/soslayada. Un
papel principal donde Bill Paxton muestra que tras su rostro
bonachón puede ocultarse el prototípico psicópata americano
rural, ejemplar padre de familia, amigo de sus amigos y gran
conocedor de los secretos de una buena barbacoa y de un buen
despiece humano.
Escalofrío
nace de una de las premisas más interesantes y atrayentes
a priori del fantaterror contemporáneo, esto es, un hombre
que, acompañado por sus dos hijos pequeños y armado con un hacha,
se dispone a acabar con todos los demonios escondidos en los
humanos que un extraño ángel exterminador le va dictando por
designio divino. La historia se articula mediante un flash-back
retroactivo contado por uno de los hijos (raramente eficaz Matthew
McConaughey) a un agente del FBI con la cara Powers Boothe.
Aquí encontramos uno de los pocos defectos de Escalofrío: las
vueltas atrás están demasiado literalizadas y se abusa un tanto
de una voz en exceso subrayadora.
Como ya hiciera Charles Laughton en su también
opera prima (y por desgracia única) Bill Paxton establece una
para nada complaciente dicotomía entre el bien y el mal a raíz
de la lectura de unas mismas palabras. Es decir la fuerza, la
conciencia, la bondad o la maldad en los ojos de quien lee nunca
en la mano de quien escribe. El personaje de Paxton no tiene
el atractivo de lobo de Caperucita que era Mitchum pero tiene
los mismos ojos. Los niños esta vez no encuentran al hada madrina
de Lilian Gish sino un enfrentamiento entre ellos mismos. Ni
los animales lo miran, curiosos, al pasar. Ahora son las rosas
rojas las que esconden, discretas, el secreto.
Luego el flash back termina y con él
parte del atractivo de esta modesta producción. El presente
se impone y con él lo trivial y el lugar común. Las sugerencias
no insinúan sino que afirman una realidad tan válida o inválida
como cualquier otra. Ya eso queda al gusto del consumidor no
a su instinto o inteligencia. Y si como analista he de decir
que llega a sorprender y que está coherentemente insertada en
el desarrollo de la narración, como espectador si me sentí un
poco defraudado por un colofón que desmerece la singularidad
del resto de la obra, dando una respuesta facilona a una pregunta
mucho más compleja e interesante. Es habitual en este tipo de
caso que la premura, la simplificación o el afán de sorprender
a toda costa hace que salgamos del cine con el regusto amargo
de la decepción.
A pesar de todo estas subjetivas objeciones,
Escalofrío se erige en una modesta pero funcional e inteligente
muestra de cine de serie B de terror (no hay que olvidar que
Paxton debutó con Corman) que puede mirar por encima a la mayoría
de inanes muestras de este género.
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