Por
Pablo Vázquez
Tengo cierta alergia a las películas de postalita.
Me provocan la sensación de celuloide mono y vacío, como diseñado
para salir en las páginas de un suplemento dominical y reventar
los lacrimales de madres de familia cuarentonas y parejas de
ancianitos. No hay nada malo en su recreación en el paisaje
ni en la fotografía- el cine no deja de ser, también, contemplación
y fascinación- pero muchas de ellas usan este atractivo, al
que basta añadir una trama supuestamente comprometida y llena
de sentimientos a flor de piel, para escamotear una carencia
grave de chicha en personajes y tramas, cuando no una directa
ineptitud narrativa (todos, con la técnica y el adiestramiento
adecuados, podemos sacar una docena de bonitas fotos, pero contar
una historia ya es otro cantar…). Algo de esto no deja de latir
en el fondo de esta interesante, casi sorprendentemente sólida,
película, aunque su directora sepa sacar provecho a sus nada
despreciables logros y presentarnos un producto bastaste equilibrado,
que se las arregló para vencer, durante más de dos horas, mis
siempre presentes prejuicios anti-exotismo.
Hay
en En algún lugar de África, por lo menos, una historia
que contar: el exilio de los emigrantes alemanes en Kenya, a
través de los avatares de una familia compuesta por un padre
idealista, una madre un tanto dada a encamarse y una niña respondona
y marisabidilla. Caroline Link, competente ella, sabe utilizar
bien los clichés melodramáticos de Papá Hollywood cuando la
historia pierde interés y el tono general consigue ser mucho
más realista y creíble, aunque sólo sea por no tener que aguantar
a Kim Basinger o a Meryl Streep luciendo modelitos de pobreza-
glamour. En contrapartida, sobra demasiado metraje y sus estiradísimos
140 minutos son excesivos e invitan en algunas ocansiones al
tedio, si bien es cierto que el exceso de información y la sabia
mixtura entre recreación (notable) y narración (pasable) logran
la atmósfera de misterio que la película necesita.
Se echan de menos, por supuesto, muchos más momentos
emocionantes, más agudeza y mala leche en los apuntes sociales
(aunque haya algunos destacables, sobre todo centrados en la
relación entre alemanes e ingleses) y, como ya apuntaba, unos
personajes que realmente se superpongan al paisaje y al contexto.
Link dirige muy bien, mueve la cámara con soltura y hasta cierta
desvergüenza -¡esos zooms!-, saca partido a las miradas de sus
actores y resuelve escenas con indudable talento, como esa plaga
de langostas que recuerda al prólogo de una de invasiones extraterrestres
de los 50.
Pero En algún lugar de África no es David
Lean y queda muy lejos del toque y la fuerza del maestro. También
de las aventuras exóticas de Howard Hawks y John Ford. Es cine
europeo comprometido y agradable de ver, cuyos peores defectos
llegan de esa autoconciencia de "compromiso" y "agrado", contado
por una artesana que sabe adaptar bien los recursos del cine
yanqui y ponerlos de su parte, y que la película haya sido tan
recibida allí demuestra la habilidad de su jugada. Una artesana
que tal vez llegará a convertirse en una buena directora cuando
deje de dar prioridad a lo bonito frente a lo verdaderamente
emocionante y arriesgado.
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