Por
Jua Antonio Bermúdez
De películas bienintencionadas pero fallidas
está la historia del cine llena. El lápiz del carpintero se
suma a esa abarrotada categoría. El polifacético Antón Reixa,
mítico líder de la resentida movida galega, decidió apostar
fuerte en su debut cinematográfico con la adaptación (tiene
aquí mucho sentido esa palabra) de un gran éxito de otro tótem
de la cultura gallega contemporánea, el escritor Manuel Rivas.
Y el peso y el talento de la semilla literaria ha germinado
en un reflejo vago y pobre en la pantalla.
Hay
un evidente error a la hora de intentar traducir a imágenes
concretas evocaciones sobre las que funciona muy bien la novela
de Rivas. Hay un vaciado del sentido poético que transpiran
los relatos del escritor gallego en una puesta en escena indecisa
entre la vocación realista y la licencia mágica, entre la exigencia
de una presunta fidelidad a las convenciones del drama intimista
o histórico y la intención de conmover por los atajos de la
ruptura narrativa. No se atreve Antón Reixa, no tiene osadía
o conocimientos suficientes para trascender esa literalidad.
Y esa es quizá su principal carencia.
Pero vista como una obra independiente (y eso
es lo más justo), desligada de su referente literario, El
lápiz del carpintero pasa por ser solamente una peliculita
que no añade mucho a esa más pródiga que fértil revisión de
la guerra civil por parte del cine español. Una peliculita maniquea
en la que el ridículo vandalismo de los fachas frente a la intachable
ilustración republicana tal vez resulta contraproducente incluso
como lo que intenta ser, como bienintencionado manifiesto.
Y ahí vuelve a asomarse otra vez su deuda literaria,
demasiado pesada, ya que ese maniqueísmo no está tanto en lo
que se cuenta sino en la manera de contarlo, en el empeño de
la traducción directa, en la reducción de los símbolos a significantes
bastos, planos, caricaturescos como el personaje que interpreta
Nancho Novo o, en su lado opuesto, el que encarna Tristán Ulloa.
Mal interpretada desde la raíz (probablemente
desde el casting del que salió la bronceada Anne Igartiburu
para su insólito disfraz de monja), desde el registro mismo
en el que se adivina una vez más la bisoñez del Reixa director
de actores, El lápiz del carpintero falla allí donde
tenía más que ganar: en la emoción.
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