Por
José Antonio Díaz
Con una filmografía más prestigiosa que longeva,
Clean Eastwood es de esos cineastas que ya está por encima del
bien y del mal. Disponiendo de la financiación de su propia
productora (Malpaso), parcial en el peor de los casos, Eastwood
hace ya casi lo que le viene en gana, y lo que le ha apetecido
ahora es un policiaco modesto, de género, pero desarrollado
como pocos realizadores actuales pueden permitirse el lujo de
hacer.
Y
es que Deuda de sangre, cinta que no marcará un hito ni en cuanto
a taquilla ni en prestigio en la carrera de Eastwood, es una
película cuyo argumento y, sobre todo, textura no pueden ser
más convencionales, pero cuyo fondo denota esa acumulación inteligente
de experiencia que llamamos sabiduría, y que hace que su portador
no necesite ya esa forma de llamar la atención que llamamos
ingenio.
Volviendo a ironizar con el estado de forma
propio de un hombre de su ya provecta edad, Eastwood se pone
en la piel de un policía con más aspecto de jubilado que de
otra cosa que, a causa de una persecución a la carrera de un
asesino en serie cerca del escenario del crimen, sufre un infarto
al que sólo sobrevive a costa de someterse a un transplante
de corazón, lo que le aparta del servicio y de casi cualquier
otra actividad, hasta que años después la hermana de quien fue
la donante forzosa le desvela que la muerte de ésta fue, a su
vez, un asesinato no resuelto y le pide que se encargue oficiosamente
del caso.
Con un punto de arranque tan telefílmico y con
la única pretensión de contar los vericuetos más habituales
de un planteamiento meramente policiaco, Eastwood se da el lujo
de levantar un largometraje de ritmo pausado, reposado, deliciosamente
clásico en tiempos de videoclips histéricos.
El desaliño formal de los sucesivos planos,
que dan lugar a situaciones y secuencias sin la más mínima atmósfera
o densidad dramática, dejadez más propia de una serie televisiva
de producción en serie, así como la poca inspiración de los
diálogos, típicamente faltos de cualquier atisbo de ingenio
e incluso de nervio, contrastan llamativamente con la inteligencia
de fondo que recorre todo el metraje y que se manifiesta a través
de ese clasicismo en la secuencia.
Otros
defectos, aunque menores, son menos fácilmente compensables,
como la falta de entidad de los personajes que, dándole el contrapunto,
delimitan el perfil del protagonista, especialmente el del antiguo
compañero de comisaría y encargado actual del caso de la donante,
tan pánfilamente borde que banaliza casi cualquier secuencia
en la que aparece; la inverosímil y vulgar historia de amor
en que concluye la relación inicialmente profesional entre la
hermana de la donante asesinada, curioso contramodelo de la
mujer fatal del cine negro clásico, y el veterano ex - policía
al que compromete en el caso, en un tipo de historietas en las
que Eastwood no se aplica el pudor que sí emplea cuando se trata
de su ya gastado vigor físico para los papeles y escenas de
acción; el hecho de que, debido al escaso número de personajes
principales y sus características más que, en principio, a la
voluntad de sus autores, mediada la película ya se intuya quién
es el asesino; y, por último, el desenlace del caso, tópica
secuencia de acción del cine más comercial que resuelve arbitrariamente
lo que ha costado tres cuartas partes de la película plantear
y desarrollar convincentemente.
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