Por
Carlos Leal
Cuenta el escritor Kurt Voneggut en su novela
Matadero 5 que en una ocasión le comentó
a cierto productor de Hollywood que estaba trabajando en un
libro antibelicista. "¿Por qué no escribe
mejor un libro en contra de los glaciares?", fue la cínica
respuesta del productor. Al igual que la guerra, la pena de
muerte es una realidad inmutable en demasiados lugares del mundo,
una barbarie que continúa a pesar de la oposición
de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, y
de cuantas novelas, ensayos o películas se realicen en
su contra.
En
todo caso y al margen de lo que nos quiera hacer creer el realizador
Alan Parker, La vida de David Gale no es una película
en contra de la pena de muerte. De hecho, si se detuviera un
momento a meditar el alcance de sus conclusiones se convertiría
en un alegato a favor de las ejecuciones, a la altura de la
insufrible Causa justa. Sin embargo, esto no sucede porque
Parker parece en todo momento más preocupado en seguir
los giros y piruetas de un guión demasiado tramposo que
en dotar de un sentido global a los acontecimientos que se atropellan
en la pantalla.
La película se centra en la historia de
David Gale, un profesor de filosofía y conocido activista
en contra de la pena capital que acaba en el corredor de la
muerte del estado de Texas debido a un confuso caso de violación
y asesinato. En los días previos a su ejecución,
Gale accede a conceder una entrevista a la periodista Bitsey
Bloom, que poco a poco comienza a involucrarse en la situación
y a investigar por su cuenta.
Semejante argumento permite al guionista Charles
Randolph desplegar un amplio abanico de tópicos, hasta
el punto de que la película acaba convirtiéndose
en una desesperante sucesión de lugares comunes. Enfermedades
terminales, rivalidades periodísticas, persecuciones
que teminan en un paso a nivel por el que oportunamente cruza
el tren, sesiones de alcohólicos anónimos, coches
que se estropean en el momento más inapropiado... todo
cabe dentro de un guión desequilibrado que ha sido trasladado
a la gran pantalla por Alan Parker con una impericia poco comprensible
en un director de su veteranía.
En cualquier caso, el principal problema de
La vida de David Gale no es tanto de forma como de fondo.
Los conflictos que plantea la película carecen de interés,
los argumentos en torno a la pena de muerte son ridículamente
superficiales y las motivaciones de los personajes se pierden
entre los vericuetos de la trama. Y al final, lo que se presumía
un gran alegato contra la pena capital queda eclipsado por un
desenlace tonto y efectista, en el que se trivializa una realidad
que cuesta la vida a cientos de personas cada año en
Estados Unidos, a menudo con pruebas insuficientes y en juicios
en los que no se cumplen las mínimas garantías
procesales. Y por este camino, la película de Alan Parker
deja de ser sólo mediocre para convertirse en sencillamente
inmoral.
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