Por
Javier Pulido Samper
Tras aportar títulos absolutamente
imprescindibles al cine español como Tren de sombras o
Los motivos de Berta, José Luis Guerín se acerca de nuevo
a las pantallas con En construcción, obra que ha obtenido,
entre otros, el Premio Especial del Jurado en el Festival de
Cine de San Sebastián. Se trata en esencia de una mirada de
más dos horas sobre los distintos ángulos (incluidos los muertos)
de la construcción de un edificio en una de las zonas más emblemáticas
de Barcelona, El Raval, pero también es la historia del microcosmos
entrañable que bascula en torno al edificio y que ve como su
vida se ve afectada a medida que transcurren las diversas fases
que atraviesa la construcción.
La
obra de Guerín no se puede considerar cine al uso, pese a que
su estructura siga los parámetros de las composiciones más clásicas.
Se ha convenido en afirmar, y el debate acerca de la naturaleza
fílmica de En construcción ya da fe de que nos encontramos
ante una obra genuina, que se trata de cine documental, aunque
se deberían establecer matizaciones.
El proyecto surge en el marco del
Master de Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra,
y para rodar las vicisitudes de la construcción del edificio,
Guerín se apoyó en los alumnos del master durante un período
aproximado de tres años. La presencia de estas miradas ajenas
a las del director ha servido para que el ojo de la cámara filme
a los personajes sin tomar partido por ninguno ni juzgar sus
motivaciones, en un intento de reflejar una realidad en la que
caben muchas lecturas y que propone al espectador que lea entre
líneas si quiere extraer la propia. Es un intento más que coherente
de escapar de las últimas tendencias del cine comercial que
hasta manipula los sentimientos de los espectadores imponiendo
por decreto las reacciones hacia lo representado, lo filmado.
Guerín convierte en voyeurs a las
plateas de cine y consigue la interacción y el feed-back necesario
para que el interés se mantenga durante el largo metraje, sin
que prácticamente se aprecie ninguna bajada de ritmo de consideración.
El método empleado para eliminar cualquier atisbo de intencionalidad
a priori ha sido una cuidada planificación en secuencias extraordinariamente
largas, compuestas por retazos de conversación con ruido de
maquinaria de fondo, planos que consiguen estremecer por su
crudeza y donde acaban apareciendo la locura y la soledad, poniendo
de relieve las miserias y grandezas humanas a través de un eficaz
mecanismo de identificación.
Y sin embargo, pese a adoptar muchas
de las formas de añejo documental cinematográfico, el inevitable
proceso de selección y montaje efectuado por Guerín acaba por
convertir a las personas que pululan por El Raval en auténticos
personajes fílmicos con entidad propia. Tres años de rodaje
deben de crear vínculos, de otra manera no se entiende la ternura
que desprenden desde el repelente (por cursi) obrero marroquí
que entona odas a la lucha de clases hasta la pareja de yonkis
que siguen vivos por inercia.
En ese sentido, En construcción
podría alcanzar la consideración de cine social, sin los
patinazos de Guédiguian ni los últimos aspavientos apolillados
de Ken Loach. Cine social y también popular, que bajo las formas
de documental esconde una reflexión sobre la pátina de tristeza
que lleva implícita la intrahistoria y principalmente sobre
el cambio (no progreso), que llega sin pedir cuentas y termina
por arrastrarlo todo consigo. Cine, en todo caso, al que hay
que dar de comer aparte y que está destinado a ser uno de los
títulos de referencia de la filmografía española desde ya.
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