Por José
Antonio Díaz
Aunque parezca mentira a estas alturas, la filmografía
con Internet como elemento argumental central o, al menos, importante
es muy escasa (y, además, bastante pobre). No es sorprendente
que al cine de autor no le interese demasiado algo presentado
normalmente como lo más novedoso y de moda, pero para la gran
industria, sobrada de medios tecnológicos para recrear los nuevos
escenarios a que dan lugar las nuevas tecnologías y acusada
de sufrir una galopante crisis de creatividad e imaginación
y de limitar una gran parte de su producción a los remakes
o a las secuelas, Internet podría haber constituido un filón
del que extraer, si no productos originales, sí por lo menos
nuevos argumentos que, además, explicaran por la vía directa
a los profanos las inmensas posibilidades de la red de redes.
Pero,
sorprendentemente, varios años después de la creación del servicio
más popular y utilizado de Internet, la World Wide Web, no es
el caso, sintomático de lo cual es que una cinta tan convencional,
aunque infravalorada, como La Red (Irwing Winckler, 1995),
planteando las posibilidades y, por ello mismo, los riesgos
totalitarios del medio, siga siendo una de las mejores de este
grupo de películas que no llega ni a la categoría de subgénero.
Descaradamente destinada a un público adolescente
o juvenil, sobre todo de los EE.UU., Conspiración en la Red
se posiciona contra de la empresa que monopoliza de hecho
gran parte del mercado informático y amenaza con hacer lo mismo
en Internet (Microsoft, por supuesto con otro nombre), atribuyendo
a su creador y propietario (un Bill Gates con aspecto de Bill
Gates pero con otro nombre) toda una retahíla de prácticas no
ya fraudulentas, sino ridículamente criminales. Delitos que
van en perjuicio no sólo de sus competidores reales y
actuales, las otras grandes empresas del sector, sino de los
jóvenes informáticos que, como Bill Gates en sus comienzos,
y desde la supuesta romántica independencia de los garajes de
las casas de los suburbios metropolitanos, pueden resultar programadores
más creativos e innovadores que los de las grandes corporaciones.
La paranoia caricaturesca con la que se retrata
al sosias del patrón de Microsoft en su desmedida ambición por
cercenar todo atisbo de futura competencia proveniente del caldo
de cultivo del que él mismo salió, a pesar de lo cual Tim Robbins
hace una caracterización bastante aceptable, no es más que el
calificativo que corresponde atribuir a los que se crean tamaña
teoría conspirativa y hayan impulsado la producción de esta
película desde una sincera militancia (pocos, sin duda).
Utilizando en todo momento un tipo de secuencia
efectista propia del video-clip, con omnipresente despliegue
de temas musicales, Conspiración en la Red olvida rápidamente
un comienzo epidérmico pero argumentalmente muy interesante,
en el que plantea la disyuntiva para los jóvenes expertos informáticos
entre la programación independiente y creativa y la sometida
a los intereses de las grandes corporaciones, para decantarse
al poco por el thriller desbocado, con grotescos toques
de terror incluidos, en el que la historia avanza no por el
desarrollo de alguna lógica narrativa derivada de la relación
de sus personajes con las circunstancias en que se encuentran,
sino a golpe del resultado que tienen diversas y tópicas escenas
de acción, es decir, infantil y arbitrariamente.
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