Por
Javier Pulido Samper
Parece que, después de todo, a George Lucas
le han venido bien los mil y un varapalos recibidos por parte
de crítica y público con La amenaza fantasma. El primer
episodio de la saga galáctica más famosa de la historia del
cine del cine consiguió captar una desmedida atención en torno
a su estreno para finalmente ofrecer pura pirotecnia disfrazada
de humo. Con unos personajes lineales, una trama plana e intrigas
políticas de parvulario, las expectativas sobre siguiente entrega
de la saga, El ataque de los clones, eran más bien escasas.
Aunque
se temía una almibarada historia de amor entre Anakin Skywalker
y la reina Amidala, El ataque de los clones salva el
tipo mejor de lo esperado, pese a que el filme se resiente de
algunos de los lamparones formales que afeaban el Episodio I.
Y es que Lucas sigue obsesionado por revestir sus creaciones
del envoltorio digital más vanguardista a toda costa, lo que
las acaba encorsetando. El cómodo respaldo que le proporciona
Industrial Light and Magic a la hora de disponer de los últimos
efectos generados por ordenador le hace olvidar que un simple
animatronic de los años 80 genera más emoción, más cercanía
y empatía que los mil alien digitales que pueblan cualquiera
de los planetas que se saque de la chistera. Esta carencia de
corporeidad en las imágenes es la responsable en ocasiones de
que el espectador no se introduzca en la historia con el mismo
afán escapista con que, sin ir más lejos, saltaba a la velocidad
de la luz en el Halcón Milenario de Han Solo.
El problema es que la desbordante imaginería
visual de Lucas, que no parece tener freno, no se complementa
con el correspondiente tratamiento cinematográfico. Al veterano
realizador no parecen importarle líneas argumentales cogidas
con hilos, diálogos imposibles y tiempos muertos gratuitos mientras
pueda condensar en dos horas y media su viaje turístico por
las galaxias. 25 años después de el Episodio IV, Lucas vuelve
a mostrarse como un excelente productor y creativo, y como un
director mediocre. Y es aquí donde se echa de menos la labor
de un Lawrence Kasdan, fundamental para la arquitectura de la
primera saga y cuya labor nunca será bien ponderada. El mismo
material, en manos de un director ajeno al universo Lucas, probablemente
hubiera conseguido el adecuado equilibrio entre forma y contenido.
Quizás es que, al fin y al cabo, Lucas quiere
ejercer de Lucas hasta las últimas consecuencias, máxime tras
su promesa de llevar a cabo los nueve episodios que auguró
a finales de la década de los 70. Una apuesta valiente con la
que el director certifica que cada vez le importan menos los
resultados en taquilla y más ser fiel a su manera de rodar y
concebir las imágenes. En consecuencia, El ataque de los
clones, más sombría y sobria que su precedente fílmico,
no tiene reparos en explorar y explotar los claroscuros de la
historia, a fin de hacer menos evidente la dualidad bien-mal,
tan inocente siempre en sus películas.
Un
paso en firme este que le lleva a una construcción más enriquecedora
de personajes, y no solo en lo evidente, es decir los primeros
signos de reconversión al lado oscuro de Anakin (un sorprendente
Hayden Christensen), sino en una mayor complejidad de secundarios
como el caza-recompensas Jango Fett o el traidor Conde Doku
(Christopher Lee tan inmenso como siempre). Son ellos los que
por momentos devuelven la saga a aquellos momentos de épica
bien entendida que nunca debió perder. Esta voluntad de oscurecer
a conciencia la odisea de Anakin consigue además silenciar los
momentos de humor de teleñeco del execrable Jar Jar Binks, sin
duda un acierto y un alivio para el espectador.
Indudablemente, Lucas ha tomado buena nota de
las quejas de la legión de fanáticos con que cuenta la saga,
que añoraban la decadencia malsana de El imperio contraataca.
De hecho, los últimos cuarenta minutos de metraje son puro festín
para fans. El realizador juega con cada uno de los iconos de
la saga en un tour de force vibrante y apoteósico. Duelos con
sable láser, un papel más activo de Yoda, un sinfín de caballeros
Jedi luchando a brazo partido contra los enemigos de la Fuerza...
en definitiva, Star Wars en estado puro. El estupendo
tramo final de El ataque de los clones, cuya espectacularidad
llega a abrumar, redime al realizador frente a sus acólitos
y consigue hacer olvidar los momentos de tedio de la primera
hora de metraje. Al embaucador Lucas comienza a acompañarle
de nuevo la Fuerza.
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