Por Carlos
Leal
He
de confesar
cierta debilidad hacia las películas que empiezan con las
palabras "érase una vez". Así sucede en
Chocolat, el cuento moral que el director sueco Lasse Hallström
trae a nuestras pantallas tras su éxito el año pasado
con Las normas de la casa de la sidra.
La película narra la historia
de Vianne (Juliette Binoche), una mujer errante que llega con
su hija pequeña a un pueblo de la campiña francesa
a principios de los 60 guiada por el viento del norte. Allí
decide abrir una chocolatería, lo que la enfrenta con el
cacique local, el Conde de Reynaud (Alfred Molina), que intenta
controlar el comportamiento moral de todo el pueblo y evitar cualquier
exceso durante la cuaresma.
Sin
embargo, Vianne, que heredó de su abuela, una aborigen
americana, un talento innato para adivinar el chocolate favorito
de cada persona, consigue a través de este dulce redimir
al pueblo de su rígida e hipócrita moral católica
y de paso soluciona los problemas de Josephine (Lena Olin), una
mujer maltratada por su marido, Armande (Judi Dench), una anciana
peleada con su hija, y Guillaume, que durante veinte años
ha escondido su amor por la viuda Audel.
A todos los niveles, Chocolat funciona
básicamente como una pièce bien faîte,
en la que todos sus elementos se coordinan con notable eficacia.
Empezando por un reparto espléndido del lado femenino,
encabezado por una Juliette Binoche que bien merece su segundo
Oscar por este papel, a la que dan la réplica perfectamente
dos magníficas actrices como son Judy Dench, también
nominada como secundaria, y Lena Olin.
Por su parte, el guión,
pese a algunos altibajos motivados en su mayoría por la
simplicidad de la trama, funciona notablemente bien en su intento
de trasladar a un esquema narrativo como el del cuento de hadas
un conflicto adulto; el choque entre una concepción del
mundo intolerante e impositiva, representada en el filme por el
integrismo católico de algunos habitantes del pueblo, y
otra más abierta y tolerante, que no concibe el mundo como
un valle de lágrimas sino como un lugar que puede ser placentero,
encarnada por el hedonismo chocolatero del personaje de Juliette
Binoche. Incluso algunos momentos demasiado edulcorados apenas
chirrían dentro del ambiente general de cuento que rodea
a la película.
Sin embargo, toda la estructura
se tambalea ante un desenlace en el que el director Lasse Halström
tira por la borda cuanto de radical podía haber en el planteamiento
de la historia, haciendo un paupérrimo alegato a favor
de un humanismo católico y, lo que es peor, poniendo sobre
la mesa un concepto de felicidad pequeñoburgués
que desentona enormemente con lo que se ha visto hasta entonces.
Una de las recetas que más
éxito da a Vianne en la película es el chocolate
fundido con un toque de guindilla; en Chocolat, Lasse Halström
ha dejado a un lado el picante y se le ha ido la mano con el azúcar.
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