Ficha técnica

 

 


El caso Bourne

Bourne, Jason Bourne

Por Manuel Ortega

Pronto llega el último producto comercial del tío elegante que bebe dry martini y que liga más que Luis Aguilé en un viaje del Inserso y los demás estudios, cual rémoras hambrientas, intentan aprovechar el tirón con películas de análogas características, donde la mezcla de espectáculo y espionaje a escala internacional dotan al resultante de una qualite y de un atractivo comercial a veces irrefutable. Pero hay formas y formas, diferentes medios para llegar al mismo fin. Por ejemplo, XXX lo intentaba mediante el espectáculo irracional y patriotero cuyo guión se reducía a decir ahora explota un avión, ahora explotan dos aviones. Ay, estos escritores.

El caso Bourne por el contrario juega más la carta del relato tradicional de espionaje en la línea de Le Carre, Forsyth o del mismo autor de la novela en la que se basa, el recientemente fallecido Robert Ludlum que no pudo ver esta adaptación, de la que también era productor, como ya hizo con otras dos películas anteriores sobre sus escritos. Éstas eran El pacto de Berlín y Clave Omega, realizadas por dos de los grandes de la historia del cine, Frankenheimer y Peckinpah, en sus momentos más bajos, lo que no es óbice para que sean consideradas como dos obras más que interesantes, si no redondas, sí eficientemente satisfactorias. Ambas compartían con El caso Bourne la trama enrevesada repleta de múltiples giros y engaños, el problema de la verdadera identidad de los diferentes elementos que conformaban el entramado, la mirada poco ambigua (y simpática) sobre gobiernos y organizaciones secretas. Y que sus títulos tuvieran sólo tres palabras (The Osterman Weekend la del tío Sam, The Holcroft Covenant la protagonizada por Michael Caine y The Bourrne Identity la que nos ocupa) otro rasgo de autor, acaso caprichoso, acaso metódico, de Robert Ludlum.

Aquí nos encontramos con el episodio piloto de una trilogía que promete llegarnos cada año como agua de mayo o como filme de Peter Jackson o Harry Potter. Sienta las bases con un personaje adecuadamente desdibujado para que sus dudas sobre su verdadero yo se transmitan a los espectadores. Uno de los grandes aciertos de este, a pesar de todo, modesto filme es el descubrimiento azaroso de las actitudes y aptitudes que el personaje encarnado por Matt Damon (un giro de unos escasos 25º a su carrera) va experimentando a lo largo del metraje. No recuerda su nombre, pero sus piernas y manos se saben de memoria todos los golpes habidos y por haber, no sabe a que se dedica, pero es capaz de hablar sin dificultades varios idiomas, no sabe quien son sus padres, pero intuye perfectamente a sus enemigos. Luego se da cuenta que es un asesino a sueldo y acepta perfectamente que la redención no está asegurada (y por las nuevas películas que vienen, menos) y que ya no hay vuelta atrás aunque se haya empezado una nueva partida.

En el debe lo que nos imaginábamos, escenas imposibles, estereotipos de diseño (Chris Cooper y Julia Stiles, cómo siento decir esto, se llevan la palma), final previsible, casualidades improbables, causalidades caprichosas. Lo de siempre como siempre, pero que entretiene durante un poco más de dos horas. Doug Liman, firmante de agridulces comedias como Swingers o Go de más éxito allende el Atlántico que aquí, muestra oficio y soltura en un género que, a pesar de ser nuevo para él, domina con fluidez y solvencia.

 

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