Por
Manuel Ortega
Yo creía que En la habitación era
la carta de calidad que el cine norteamericano se escondía en
la manga de la Academia de Hollywood, la jugada maestra que
permitiera ganar la partida a los que apuestan por la sobriedad
frente a la espectacularidad de Moulin Rouge, por la
modesta pequeñez frente al gigantismo de El señor de los
anillos, por lo localista frente a lo foráneo de la demasiado
británica Gosford Park y por la dureza frente a la amable
sensiblería de Una mente maravillosa.
Pero
a pesar de que es cierto que tiene todos los caracteres que
apuntamos, la opera prima del pianista de Eyes Wide Shut
(Todd Field) adolece de otras cosas. Aunque a pesar de su
temática sortea con rara habilidad la previsible caída en la
estética a lo Estrenos TV, sí se la pega de bruces con algunos
otros pecados frutos de la inexperiencia. Y resulta curioso
que todos esos errores estén asociados curiosa e irremediablemente
a las mejores virtudes, a los más personales aciertos.
Estos son, y resumiendo, un dominio del tempo
narrativo extraño y sugerente, sosegado, contemplativo, gustoso
por el detalle y por la composición precisa del encuadre. Es
de destacar que con imágenes y con soluciones de puesta en escena
se diga mucho más que con la palabrería huera, rallante y rayana
en la verborrea paroxística de la que no solo no escapan muchas
producciones, sino que se regodean de manera onanista y presuntamente
gamberra. La dirección artística (ay por qué sólo
se tiene en cuenta para los premios la de las películas de época
o fantasía), el descriptivo score o la acertada fotografía
contribuye a todo lo anteriormente apuntado.
Hay escenas en la que nadie habla pero se dice
todo, el tiempo pasa inexorablemente diciéndonos que es lo que
pasa y que les pasa por la cabeza a eso dos grandes monstruos
de la interpretación que son Tom Wilkinson y Sissy Spacek. Tom
Wilkinson, al que siempre recordaré como el parado que quiere
guardar las apariencias en Full Monty, se apodera de
la película cada vez que con su aire somnoliento y sus desgarbados
andares aparece en pantalla. Sissy Spacek también está magnífica
dándole la réplica como su fría y cerebral esposa, implacable
y aunque nadie lo diría, perdida e insegura. Ambos se conjuran
para olvidar lo inolvidable, para hacerle el boca a boca a un
cargamento de cenizas y recuerdos, para urdir lo que urden y
desurdir lo inevitablemente urdido.
Y por aquí vienen los peros. Ese tempo, ese ritmo,
esa declaración de intenciones, deriva en una resolución harto
precipitada que descompensa y no anula pero ensombrece el buen
savoir faire inicial de Todd Field. Sin desvelar el final
y sin entrar en harina ideológica, ardua, complicada y no sé
si provechosa labor tratándose de En la habitación,
sería injusto no hacer notar que se pierde fuelle y que parece
otra película muy distinta.
También es cierto que la parsimoniosa manera
de contar la historia puede hacer caer en el aburrimiento al
espectador o que bien no esté atento o al que desconecte pronto,
o al que no entre desde un principio en la intensa historia
planteada. Todos los demás podrán disfrutar de este filme extraño
por su procedencia y valiente por su determinación de parecerse
más a Losey que a Siegel en un tiempo en el que (para mí por
fortuna, cuestión de gustos) se estila más el otro patrón. Aunque
nunca se consigan los logros del maestro. Para mi desgracia.
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