Por
Juan Antonio Bermúdez
Seguramente es sólo porque el hielo de la Patagonia
se parece demasiado al hielo de Laponia, pero salí de Todas
las azafatas van al cielo pensando que ésta hubiera sido en
manos de Julio Médem una película excesiva y hermosa. Y, sin
embargo, el joven director argentino Daniel Burman ha logrado
apenas un filme pasable, sin excesos ni brillos, sin emoción
ni hechizo, que sólo se desparrama a veces en la poética locuacidad
de las voces en off, algo relamidas.
Una
lástima. La historia del oftalmólogo recién enviudado que viaja
hasta el extremo meridional argentino (la ciudad de Ushuaia,
"el culo del mundo" como le llaman varias veces en la película)
con las cenizas de su esposa y se enamora en el vuelo de una
azafata que tampoco está pasando un buen momento hubiera merecido
más riesgos.
Los personajes principales prometen una carga
de profundidad que no revelan o no cumplen. Y no depende esto
de un déficit en la interpretación, donde la soltura de Ingrid
Rubio brilla mucho más que la compuesta galanura de patán despistado
y ñoño que esgrime su compañero Alfredo Casero. Los secundarios,
bien apuntados con rasgos mínimos (el taxista judío, la amiga
pluriempleada, la niña insolente, los patéticos pilotos), funcionan
mejor, hasta el punto de que su vida nos interesa tanto o más
que la de los protagonistas. El paisaje, sobrecogedor, deslumbra.
Pero el chiste de la película, esa presión que
nace precisamente de colocar a unos personajes al límite en
un territorio inhóspito, se disipa en burbujitas de un amor
loco muy poco verosímil, con encuentros y desencuentros, persecuciones
y choques que conducen a un final enrevesado y no por ello menos
previsible.
A todo se le adivina más punta debajo de su
cicatriz amable. Pero todo pasa, se desenlaza y pasa, sin gloria
ni pena. Todas las azafatas van al cielo da bandazos desde la
tragedia a la comedia, desde el espanto al esperpento, sin decantarse;
y eso en sí no está mal, así es la vida. Pero en una pantalla
es difícil de hacer y todavía más difícil de creer. Daniel Burman
es joven. Tiene tiempo de seguir probando en otras películas
lo bueno que apunta en esta.
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