Por
Juan Antonio Bermúdez
El pícaro, el simpático tramposo, el granuja
inteligente y arriesgado, siempre han despertado admiración,
cariño. Ponen en evidencia sin crueldad aquello que todos sospechamos:
muchas leyes merecen ser toreadas. Van más allá, trascienden,
osan; trabajan cuerpo a cuerpo sobre esa zona de rebeldía a
la que todos, más o menos, aspiramos.
Seguro
de la respuesta cómplice a ese guiño del bribón con clase, que
en el cine ya ha dado tan buenos resultados (El gran impostor,
Dos hombres y un destino, El golpe, Nueve reinas...), Spielberg
ha prescindido de los cibernéticos fuegos de artificio que han
inflado gran parte de su fama y su negocio para subir con Atrápame
si puedes una de las cimas de su carrera artística.
La excusa argumental ya era muy atractiva: las
andanzas del adolescente Frank Abagnale Jr., que, tras la separación
de sus padres, escapó de casa y puso en jaque al FBI al convertirse
en un estafador huidizo y polifacético. Pero lejos de plegarse
a posibles convenciones de un posible género (éste definido
por la seducción del timo), Spielberg abona con homenajes explícitos,
como el que hace a James Bond en Goldfinger, una película
que crece en su terreno, con señas y preocupaciones propias
y muy reconocibles.
Atrápame si puedes es así un ejercicio
de estilo resuelto con una elegancia exquisita desde los títulos
de crédito a la banda sonora, desde la planificación al vestuario;
y es también una divertida comedia de acción y enredo ambientada
en una época, los tardíos 60, que marca el éxtasis y el derrumbe
del sueño americano. Y sin embargo, por encima de todo eso,
es una sensible reflexión acerca de la soledad sobre la que
planea la obsesión de Spielberg por las familias disueltas y
la añoranza de un hogar desbaratado o lejano.
Para lo bueno y para lo malo, esta conservadora
recurrencia tiñe todo el filme y se impone a la peripecia del
caradura al que interpreta magníficamente Leonardo Di Caprio.
Y Frank Abagnale Jr., que durante largo rato ha funcionado como
héroe libérrimo, acaba cautivo y desarmado, reinsertado y converso,
con la consiguiente decepción de nuestro corazoncito anarquista.
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