Por
Silvia Ruano
Definitivamente, cuesta entender por qué productores,
directores y actores se involucran en proyectos como éste si
no es por el incremento en varios ceros que supone para sus
ya de por sí sustanciosas cuentas corrientes. Y es que, viendo
el resultado, no cabe otra explicación. Que a estas alturas
pretendan contarnos por ni se sabe que vez (ya hemos perdido
la cuenta), la manida historia de familia feliz con más que
solvente situación económica que ve como se tambalean de la
noche a la mañana los cimientos de la seguridad apacible y sin
sobresaltos en que fundaban su existencia, como si de una novedad
brillantemente ejecutada se tratara, cuando ni la idea es original
ni su realización otra cosa que torpe y mediocre, acaba por
hastiar incluso al público más adocenado.
Todo
ello plagado de tópicos y de los tics propios de un guión que
adapta lo que se adivina es un best seller de un tal Greg Iles
al que tengo el gusto y la fortuna de no conocer, y aderezado,
como no, con un presunto estudio psicológico de los personajes
en que cualquier atisbo de profundidad brilla por su ausencia,
un ritmo trepidante que aturde al espectador encubriendo la
escasa lógica con que progresa a veces la historia, abundantes
golpes de efecto y proliferación de escenas del cine de acción
más básico y ramplón que convierte la pantalla, sobre todo en
la parte final del film, en un más difícil todavía de la peor
calaña con sucesión de piruetas que ponen a prueba la paciencia
del respetable y que terminan por ser motivo de regocijo e incredulidad
(los momentos en que el padre de la criatura apaga los motores
de la avioneta mientras recibe las llamadas del secuestrador
o sobrevuela con la misma la autopista son buen ejemplo de esto
último). Si además este thriller, confeccionado sin pudor
por el recurrente método del collage, que consiste en tomar
prestados elementos de otras muchas películas y combinarlos
a discreción -tal vez la referencia más evidente sea la deleznable
Rescate de Ron Howard-, se beneficiaba de un reparto
no espectacular pero atractivo, en el que se dan cita Charlize
Theron, Kevin Bacon, y Courtney Love, intérpretes de trayectorias
no siempre convencionales, y aquí desaprovechados, el fiasco
es absoluto.
Tampoco el que los hechos se concentren en 24
horas, lo que generalmente contribuye a la tensión y al nervio
del relato, o el que transcurran simultáneamente en tres lugares
distintos, consigue elevar en nada el nivel de este largometraje
plano, impersonal y falto de auténtica emoción, en el que puede
sorprender lo aparatoso de algunas escenas, pero en modo alguno
el desarrollo de una trama en la que todo suena a ya conocido.
Ni tan siquiera la música, perpetrada por John Ottman en la
que es una de las peores bandas sonoras padecidas no sólo en
lo que va de temporada sino en mucho tiempo, ni el sin par alarde
de imaginación e ingenio (nótese la ironía) del que se hace
gala al incluir relojes en los títulos de crédito del comienzo
(¿no se empleaban también en los de A la hora señalada de John
Badham?), se salvan de la quema. Queda por lo menos una decente
fotografía con alguna afortunada localización como la del paraje
donde se sitúa la preciosa casa que sirve de escenario en la
ficción al hogar de los Jennings.
En definitiva, háganse un favor a sí mismos
y ahórrensela.
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