Por
Manuel Ortega
Según dijo Edgar Neville el humor es el lenguaje
que emplean las personas inteligentes para comunicarse entre
sí. Si tuviéramos que medir el grado de inteligencia de la población
mundial por el nivel del humor que ahora mismo se practica,
se platica, se palpita en la televisión, en el cine o en cualquier
otro mass media, el encefalograma se acerca peligrosamente a
la planicie global del in/consciente de la población mundial.
El cine norteamericano casi siempre ha liderado las risas mundiales
y ha acostumbrado a hacerlo con buenas artes. En el cine silente
dos genios como Buster Keaton y Charles Chaplin, secundados
por Fatty Arbuckle, Harold Lloyd o Stan Laurel y Oliver Hardy,
marcaron con el slapstick cumbres de carcajadas casi
imposibles de superar.
De
pronto llegó el sonoro, la palabra tomó la palabra y en estos
días hace 25 años que el mejor se nos murió. Groucho, Chico
y Harpo (ese guiño con bocina a la etapa anterior) supieron
conjugar la locura de lo visual con la genialidad de lo verbal.
Como siempre el mestizaje entre una cosa y otra dio lo más puro
(lo que vuelve a demostrar la idiocia de los racistas) y tuvieron
que ser dos bárbaros bárbaros como Lubitsch y Wilder los que
recogieran el testigo. La palabra le ganó el sitio a la imagen
hasta que ya en los años sesenta Quine y Tashlin y su colorido
casi de comic nos mostraron dibujos animados de carne y hueso.
A partir de eso (soslayando a los británicos Monty Python) humor,
inteligencia y cine casi se ha traducido exclusivamente en Woody
Allen.
Arac Attack ejemplifica a la perfección
el (mal) estado de la cuestión de este idioma de sabios. Y eso
que empieza bien, directa al grano, homenajeando a la serie
B de mutaciones terroríficas tan caras a Jack Arnold, Bert I.
Gordon o Lloyd Kauffman, con un camión conducido por un chofer
feo y gordo al que se le cruza un conejo, volcando parte de
la carga del camión en un riachuelo de un pueblo de Arizona.
De aquí a que pueblo se llene de arañas gigantes van unos minutos.
Vemos que todo va a transitar por el sendero, empedrado y emboñigado,
de la comedia al estilo ZAZ (Zucker, Abrahams, Zucker) pero
sin la ironía y el apunte paródico-cinéfilo de éstos. Y así
es.
Le salva del desastre que no intenta reírse
de nosotros sino con nosotros, aunque casi nunca lo consigue
por mor de un humor chocarrero y alicorto que no llega a ser
tan inteligente ni tan ocurrente como se pretende. Además la
dirección se hace aburrida y monótona aunque no sabemos si porque
lo hace de forma humorística o porque lo hace de la única forma
que sabe el desconocido director de esta, aparentemente, hilarante
propuesta. Y lo peor de esta película es eso, que aburre a las
ovejas más divertidas, que uno sale con la impresión de haber
visto una trilogía iraní en lugar de hora y media de cine de
entretenimiento norteamericano. Y yo confiaba en lo contrario.
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