Por
Javier Pulido
Aviso para navegantes: a pesar de que el título
elegido por sus responsables podría llevar al cine a más de
un incauto despistado, A mi madre le gustan las mujeres está
muy alejada de las nuevas comedias de queer cinema dedicada
a abrir conciencias y armarios. En realidad es una coda más
a la clásica comedia de costumbres amable y sencilla que se
popularizó en las pantallas españoles durante los años 80 y
90, aquella que pretende arrancar una sonrisa de complicidad
a base de la repetición y acumulación de situaciones vividas
por el público. No es de extrañar, puesto que se trata de la
opera prima de dos realizadoras, Inés París y Daniel Fejerman,
que ya han elaborado guiones para nombres como Emilio Martínez
Lázaro, además de guionizar series como Todos los hombres sois
iguales o Familia, del mismo Colomo, un productor cuya presencia
se deja sentir en todos los sentidos, hasta el punto de realizar
un cameo en la producción.
La
misma blandura con la que se trata el tema de las relaciones
homosexuales femeninas es empleada para el resto de temas de
calado social y moral que tangencialmente aborda la película.
En A mi madre... se tratan cuestiones tan familiares como la
doble moral de una generación políticamente correcta que sin
embargo no sabe aceptar que sus progenitores se atrevan a dar
el paso al frente que ellos mismos no se han atrevido. Es también
reflejo de la era del culto al psicólogo y al tranquilizante
y a la confusión sexual y sensual. O lo que es lo mismo, pretende
rendir un homenaje a la generación a la que pertenecen París
y Fejerman. Es por ello que la película no se focalice en problemas
abstractos y sí en personajes. Una comedia tontorrona en el
buen sentido que confía, y mucho, en las interpretaciones individuales
y que se podría trasladar sin problemas a los escenarios teatrales
sin perder demasiado en el cambio.
Comienza el filme de manera brutal y concisa,
con una confesión inesperada de Sofía (Rosa María Sardá), una
madura pianista, a sus hijas, el trío formado por María Pujalte,
Silvia Abascal y Leonor Watling. Se ha enamorado de una joven
checa. Este ejercicio de síntesis les sirve a las realizadoras
para comenzar desde el principio a trazar un fresco del comportamiento
de las tres mujeres: la alocada Sol, la responsable Jimena y
la neurótica Elvira. En realidad el personaje de Sardá (tan
digna como contenida) permanece en segundo plano durante parte
de la película, que en realidad podría haberse llamado A mi
hija le gusta el prozak, puesto que el peso fuerte de la narración
recae en Elvira, en la enésima recreación de los personajes
abollados interpretados por Woody Allen durante buena parte
de su trayectoria. La interpretación de Leonor Watling, tan
sobreactuada en sus formas, como tierna y sentida en el fondo,
debería servir de lección a directores como Edward Burns, que
llevan años queriendo emular al genial director a base de vampirizar
sus personajes y temática.
El
personaje de Elvira, inseguro e indeciso, es finalmente el que
arreglará los entuertos planteados en A mi madre..., sin apartarse
demasiado de la clásica historia de superación personal tantas
veces llevada a la pantalla. El cariño con el que está tratado
provoca que los retratos de las hermanas queden parcialmente
desdibujados y esquematizados, pese a ser infinitamente más
consistentes que la galería de personajes masculinos que circulan
por la pantalla y que basculan entre lo patético y lo lineal,
siempre como apoyo y nunca como desencadenantes de la acción.
Transcurre A mi madre.... por los vericuetos
de la comedia amable, con algunos golpes de ingenio contrapesados
con gags rancios y, aunque en esto es fiel a la propuesta planteada,
es una lástima que se acabe abandonando a un happy end dulzón
y demasiado previsible.
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